martes, 29 de diciembre de 2009

Más allá de los signos





El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. De aquí el éxito de los juegos de seducción, de la histeria, de los ojitos. Este tipo de citas y reflexiones arrojadas al vacío me producían más que admiración. Rodolfo, o mejor dicho, el “Rodo”, había entrado hacía poco al diario. No tardamos demasiado en hacernos compinches.
Un tipo mayor, un galán maduro, un semiólogo que estudió en Francia con el mismísimo Roland Barthes. “¿Y qué carajo hace un semiólogo?”. “Leemos signos, nada más y nada menos”, respondía con naturalidad. Y era así.
Podía descifrar estados de ánimo, embarazos ocultos y mentiras bien fundamentadas con sólo un cruce de miradas, un gesto de más, un texto personal, una reacción inadvertida por otros. Los abogados le tenían miedo. Los políticos, terror.
Me adelantó la profunda depresión de Fernández, Jefe de la sección Policiales, 4 meses antes de su suicidio. Descubrió que la secretaria del Editor se acostaba con el abogado del diario. Y que el aparentemente perfecto Marconi tenía graves problemas con el alcohol.
“¿Cómo hacés Rodo?”. “Son hechos palpables, son signos, están ahí todo el tiempo, sólo hay que saber mirar”. Y renegaba de su habilidad. “Hay momentos en que me gustaría estar ciego. Dejar de ver por un tiempo. Descansar de tanta información. Y la verdad es que no quiero enterarme de todo. Pero no lo puedo evitar”.
Debía ser difícil para él. No era algo que podía elegir ni apagar con un botón. “Y estas canas que ves en mi cabeza no ayudan para nada. Lo que no sé por verlo, lo sé por viejo”, decía.
Lo que sigue es mi historia. Vicky Crámer, periodista estrella de la redacción, se sirve un café en una máquina cercana a mi escritorio. Rodo sale con la primicia de que está perdidamente enamorada de mí. Intento disuadirlo, ella ni me conoce. Pero es imposible desconfiar de un hombre que todo lo ve.
Con una fortaleza inusual, la invito al cine a ver la nueva comedia de moda. Para mi sorpresa, para mi confirmación, acepta. Y así comienza mi relación con una de las mujeres más deseadas del periodismo argentino. Una relación que ya lleva 3 años.
Hace 2 meses nació Camila, nuestra hijita. Soy un padre feliz. No obstante, siempre tuve una pregunta atragantada; una duda que sólo podía despejar mi mujer. En relación con el tiempo, los signos, el origen. Simple curiosidad. “No, mi amor. Te tenía de vista, pero no sabía mucho de vos. No quería perderme una cita con un tipo tan seguro de sí mismo”, contestó una Vicky risueña, que nunca había imaginado una vida de jardín y chimenea junto a mí en la época del diario. Servirse café a mi lado no significaba deseo, pasión y locura. Tan solo era sueño, necesidad de estímulo, café. Signo lógico y fácil.
Sin revolver el pasado, sólo echándole 2 de azúcar, salen las preguntas de rigor: ¿Rodo había pifiado? ¿Me había expuesto a un probable ridículo? ¿Había jugado una de sus habituales apuestas con los muchachos de Deportes?
Lo próximo es él tomando una cerveza en mi casa. “¿El momento de la verdad, no?”, me preguntó de repente. “¿De qué hablás Rodo?”. “Ya sé qué me querés preguntar. Y aquí va mi respuesta. Hace 3 años vi que estabas enamorado de Vicky. Y te conozco lo suficiente para saber que ella podía enamorarse de vos. Sólo necesitabas un poco de confianza”. “Pero no estabas seguro”, retruqué, todavía sorprendido de que supiese exactamente de qué tema quería hablar.
“No, señor. Seguro uno nunca está. Vos tampoco lo estabas, por más que confiabas en mí. El riesgo siempre está presente en las grandes hazañas de los hombres”.
Puse una cara rara y estaba a punto de decir algo. Pero, cuándo no, Rodo se anticipó. “Y creo que todo salió bastante bien”, dijo, mientras miraba a Cami y jugaba con sus manitas.
Vaya que sí, querido Rodo. Porque cuando no ves los signos, escuchás a tu corazón. Gracias por todo.

martes, 8 de diciembre de 2009

La coautora




Ella es flaca y se ve gorda. Es atractiva pero dice común. Se come el mundo y abunda en dudas. Ella es mi amiga Lorena.
Yo soy escritor y hace un año no escribo. Agente, editorial, familia y conocidos. Todos esperan el nuevo material. Pero no sale nada.
Es un bache intelectual, de esos que Macri no puede saltar. El cursor del Word titila desesperado. Pide palabras y no le doy. Todo está dicho. La originalidad es un plagio no detectado –y no lo pensé yo, fue W.R. Ince-.
Lorena me viene a ver seguido. No se cansa. Todavía cree en mi supuesto talento. En mis épocas doradas. En el hombre que pude ser.
Me cuenta que va a pasar Navidad sola en depto familiar de Mar del Plata. Me autoinvito. Pienso que nuestras respectivas crisis pueden chocar y neutralizarse. Argumento que el viaje será materia prima fresca para una historia que tengo en borradores –miento-. Y empiezo a joder:

- Dale, vamos juntos Lore.
- No sé Fer- y me mira pensativa.
- Sí, vamos, vamos. Una sola condición: nada de sexo eh- digo en tono de chiste (aunque para las amigas mujeres no existan las bromas).
- Quedate tranquilo, nunca abusé de vos- me sigue el juego.
- Pero lo pensaste.
- ¿Y desde cuándo te creés que leés mentes?
- Desde que escribo cuentos de amor y tengo Facebook- sentencio.
- Siempre me gustaron tus respuestas.
- Qué sería de ellas sin tus preguntas.
- OK, vamos a Mardel. Pero como amigos eh, fuera de joda.
- Prometo un viaje 100% libre de erecciones. Llevo pasta de dientes.

En La Feliz, el aire salado me noquea. Un frío inusual para la época nos mantiene en el departamento. La noche es Santa Cruz. El mar, un glaciar. Leo en el cuarto. Lore navega netbook en el living. Y como por arte de magia, fluyen ideas. Nuevas, rosaditas, entre llantos. Las anoto en hojas impares de un Gloria naranja. Llamo a Lorena con expectativa. ¿Qué opinás de esto para empezar un cuento acerca de la sobrevaloración? Y leo:

El hígado tiene mala prensa. Todos hablan del centro de mi corazón, del pulmón verde de la ciudad. Pero nadie elogia al hígado y sus más de 500 funciones. Nadie aspira a conquistarlo, a robarlo, a llegar a él, a romperlo o curarlo. Nadie tiene agujeritos en el hígado. No es dibujado ni tatuado. El caso de Julián es algo parecido…Y ahí arranca la historia- agrego.

Lorena fue determinante. Es repugnante. Me da náuseas.

Trato de digerir el golpe –aún en mi política hepática-. Sin estar muy de acuerdo, leo la segunda idea:

Al contrario de lo que pensamos, los tipos con actitud ganadora, los que se las saben todas, no resultan tan atractivos para las mujeres. Prefieren al falible, al humano, al que está solo, al que sufre. Les aflora el instinto materno, la necesidad de arreglar lo que está roto.

“Poco original”, fue el comentario de Lorena. Y volvió al living y a las www.
Ya desanimado y sin autoestima, acepto mi destino de narrador de segunda. Casi sin pensar, como un ejercicio inútil, escribo la historia de este pequeño viaje a la Costa. Desde el diálogo del principio (“nada de sexo, leer mentes, libre de erecciones”) hasta ahora. Velocidad de manos, se manejan solas. Llamo a Lore y leo en voz alta el texto tal cual lo han leído ustedes hasta aquí, con hígado y tipos con actitud ganadora incluidos. Sin variar una sola palabra. Siento que tiene sentido.
Mi crítica preferida opina que es bueno. Que ahora estamos empezando a hablar. Que es raro leerse como protagonista. Y me pregunta cómo lo voy a terminar.

- Y… eso depende de vos… ¿O no sos la coautora?

Entre risas suelta un “callate”. Envalentonado, arranco con inspiración:

- Qué te parece un “y su amiga leyó la historia y le gustó, pero faltaba el final. Ahí Fernando tomó coraje, se acercó lo más que pudo y robó un beso de novela. Un beso que no se piensa, se siente. Luego, sin mediar palabra, ella se fue a la cocina. Miró el mar de Alfonsina en la ventana y supo que una amistad se había terminado. Quizás algo mejor estaba por venir”.
- Suena lindo. Aunque ella también le pudo haber metido un bife tras el beso.
- Es cierto. Pero tengo que terminar la historia. Y la gente necesita esperanza, no más pálidas.
- Si ésta es tu forma de pedirme un beso, hacelo de una buena vez.
- ¿Y después escribo lo de la cocina o lo de la cachetada?
- Poné puntos suspensivos, tontín- dijo antes de besarnos sin tiempo.

Fernando tomó coraje, se acercó lo más que pudo y robó un beso de novela. O de cuento. Un beso que no se piensa, se siente. Un beso que no se preocupa por el después…
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(Imagen extraída de aquí)

domingo, 25 de octubre de 2009

Martina Metáfora

Siempre admiré el modo en qué Martina me cuenta sus mil y una historias. Es de esa clase de personas que parece que escriben cuando hablan. Define sentimientos y situaciones con metáforas barrocas. Porque Martina no se enamora: cae rendida ante el nombre justo de la vida.
Cuando corta, no analiza los motivos del fin de la relación: hace una autopsia de cada momento vivido. Martina sostiene que el que quiere estudiar al amor se queda siempre de alumno.
Su jefe no es un capitalista a ultranza; simplemente dolariza sus convicciones. Los lunes no son horribles per sé; sólo cuesta despertarnos de la pequeña muerte de cada domingo por la noche. Ah, y el fútbol no es la pasión de multitudes: es el espejo mágico en el que maquillamos nuestras frustraciones como seres humanos nacionales -y anotá nacionales y no racionales por favor, me recalca con energía-.
Una mujer inteligente también tiene problemas. Y como la mayoría de los argentinos, Martina decide iniciar terapia.
Tras meses de viajes a la infancia ida y vuelta con desayuno, lágrimas que son agua y van al mar, procesos reflexivos internos y paellas de emociones (en palabras de Martina), resulta ser que en este caso el culpable no tiene nombre de mujer: la madre es inocente. Según el psicólogo Ricardo, el que la traumó fue el padre, enterrado hace años en cementerio de zona norte.
Escucho a Martina con una paciencia infinita. Obedezco a su necesidad de abrir el corazón y encerrar al cerebro:

- Mi viejo tenía el don de hacernos miserables a todos. Bastaba una postura, una mirada, una cara al volver del trabajo. Ni que hablar si empezaba con insultos- y cierra con un par de sentencias de las suyas-. - Te digo que no le faltaba ningún jugador. Solamente el arquero. Ah, y estoy saliendo con el psicólogo.

Así era Martina. Una caja de sorpresas. Una metáfora hecha persona. Por eso fue que tomé con naturalidad cuando tres meses después me dijo que estaba embarazada. Y esa conversación telefónica sí que fue larga.
Ricardo no se había mostrado muy contento con la noticia. “Y además dice que proyecto en él la imagen paterna. Como que él tiene que cuidarme por todo lo que no me cuidó mi viejo. Que lo cargo de responsabilidades. Y que por eso pasa todo esto”.
No quise meterle más manija. Pero entre nos, Ricardo tenía algo de razón. Se parece al viejo. Es una extrapolación de su hijaputez.
Menos mal que el tiempo pasa. Curó un poco las heridas. Martina se estabilizó y cría a Mati con mucho amor. De Ricardo sólo ve un cheque el día 5 de cada mes.
Hace poco estuve con madre e hijo. Se los ve muy bien, el pibe tiene personalidad, ya terminó el jardín. Como una metáfora de la vida de Martina, de su relación con los hombres, de su odio por el fútbol, Matías le salió fanático de Racing. Y ante la contratación del mega popular entrenador alemán del equipo, Martina pensó en voz alta: pobre Academia, está condenada al fracaso.
Y Matías, con sus 5 añitos, con su vocecita ingenua, con su inocencia preescolar y su ignorancia completa a nivel sexual, respondió al mejor estilo materno y en nombre de Dios, con un profundo grito de enojo: mamá, ¡seguila chupando!

domingo, 11 de octubre de 2009

Reglas de convivencia

Stella, chica refinada, paradigma del glamour, habitué de boliches top y música by DJs.
Walter, como se dice en el barrio, un toque más guarro. Viveza criolla, fútbol y chori, cuartetazo de corazón.
Alguna noche se conocieron en un rincón de Buenos Aires. El flechazo pudo más y al año compartían 2 ambientes con balcón en Almagro.
Al tanto del estilo de Walter, Stella estableció reglas de convivencia claras.
El que cocina no lava; antes de abandonar el toilette, fósforo o Lysoform fragancia aires de montaña; post ducha, cero pelos en la rejilla; hacer la cama antes de partir a la mañana; si se llega tarde –por reunión laboral o cena con amigos– se avisa con la debida antelación. And last but not least, levantar la bendita tabla del inodoro.
Walter respetaba, con mucha dificultad. Cada tanto algún desliz. Y la ira de Stella. Y el ya te lo dije. Y el no podemos vivir así, en la roña total. Y mucho más por el estilo. Sobre todo cuando el día de ella en la oficina había sido complicado.
Los límites son importantes. Impiden pasar al otro lado sin el debido permiso. Como la velocidad en las calles. Como las fronteras de los países. El tema es que Walter tenía el pasaporte al día y frenos ABS. Y lo prohibido tienta más.
En pocas palabras: Stella llegó antes de lo previsto del reencuentro con las chicas del secundario. Si lo encontró a Walter en boxer fue porque cerró la puerta de entrada muy fuerte, lo que le dio tiempo a una mínima reacción. La chica no tendría más de 21 años. Y las tetas operadas. Escándalo total.
La falta de tacto de Walter se hacía notoria en este tipo de situaciones. Tampoco es para tanto. Las reglas no decían nada en contra de esto, atinó a comentar. La separación fue inmediata.
Y Stella volvió a su soledad. El sueño del marido y el hijo aplicado se desvanecía en la e azul del Explorer. Porque todos buscamos distraernos, no pensar en lo que nos hace mal. Y en su caso, el refugio era Internet: las canciones de You Tube, las fotos de los desconocidos de Facebook, las noticias de los diarios online. Hasta el blog del Varón.
Tuvo algunas salidas con otros hombres. Pero la montaña se hace cuesta arriba cuando hay que empezar de cero otra vez. No podría soportar otro “conocer a sus padres”, otro primer aniversario, otro viaje a Mar del Plata como prueba de convivencia. Ni siquiera hacer la fila del cine. O tener que escuchar la chicharra corta turnos en el hotel alojamiento (no llevaría a nadie a su ex nidito de amor).
Típico de comedia romántica, típico de vida real. Stella empieza a extrañar a Walter. Siente que su destino es con él. La existencia no tiene el mismo sentido sin esos platos sucios en el fregadero, sin esas gotitas en el inodoro, sin esa presencia bruta, masculina, sexual, sin dormir en su pecho.
El teléfono de Wally no tardó en sonar. Charla breve para problema grande. Decidieron volver a intentar. Pero ignorar el orgullo tiene su precio.
Es claro, algunas cosas cambiaron. Ahora las reglas las pone Walter.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Frases célebres

La vida está llena de frases que mueven tu existencia. Pequeños terremotos hechos palabras. Personas y situaciones diferentes. Voces en distintas tonalidades.
Iván lo aprendió a los 25. Como a todos, las sentencias le fueron llegando. En cuotas y con intereses. Su ex le dijo ya no te amo. Su abuela, me estoy muriendo. Un profesor, felicitaciones, sos licenciado.
El verdadero golpe fue sin anestesia. Médico de cabecera, consultorio, radiografías. Tenés cáncer.
Nadie nos enseña a reaccionar. Las películas nos dan una que otra idea, pero a veces las lágrimas vienen con delay. Iván simplemente escuchó, dejó hablar. Con la educación y los modales que lo caracterizan. Y se fue caminando. Porque necesitaba pensar.
Las frases rompe-moldes brotaban por todos lados. Iván de chico y su mamá. El “no hables con extraños”, “volvé cuando quieras, pero avisame”. El “llevate una campera”.
Ahora, él sería el del anuncio. Su voz quedaría grabada para siempre en la cabeza de otra persona. Mamá, tengo cáncer, me tienen que operar.
La conciencia hace su aparición cuando realmente sentís que algo valioso se te escapa de las manos. Mientras, la juega de callada. Hace castings y bolos. Y un buen día, la tenés ahí, encabezando el elenco. Con el nombre bien grande en las marquesinas de calle Corrientes. Hoy: Julieta y Romeo, protagonizada por la primera figura Conciencia. Y nunca falta el viejo que comenta con su señora. Andá a saber con quién se habrá acostado.
A Iván le pasó con el goodbye de Gisele. Pero hasta entonces, nunca valoró el mero hecho de vivir. Levantarse cada mañana. Pelearle al frío, al bondi. Esa pequeña victoria de llegar al viernes a las 18. O ver el resumen del banco el primer día hábil del mes.
A partir de allí, cada momento cotizaba en tiempo y en disfrute. Porque todo podía estar dándose por última vez. Y entonces, el chocolate era más rico. Y los Beatles sonaban mejor. Y el día estaba lleno de milagros. Las caminatas con solcito, los nenes corriendo, las risas con amigos, las conversaciones inteligentes.
Iván no discutió con Dios. Preguntó un par de cosas, pero eso queda entre ellos. Lo cierto es que la madrugada del primero de enero miró fijo al cielo. Apuntó a la estrella más brillante y se convenció a sí mismo. En la oscuridad de la terraza se escondía la actitud.
Y así llegó al quirófano. Con todo por ganar. Con el vaso medio lleno. Y con anestesia para varias horas.
La vida está llena de frases que mueven tu existencia. Pequeños terremotos hechos palabras. Personas y situaciones diferentes. Voces en distintas tonalidades.
Y al despertar, todavía confundido, Iván escuchó la voz de mamá, entre lágrimas. Salió todo bien, Ivancito. Vas a estar bien, mi vida.

sábado, 19 de septiembre de 2009

El hombre histérico

Benja siempre fue el fachero del grupo. Alto, morocho, ojos verdes. Las chicas lo definían como una mezcla de Joaquín Furriel y Gonzalo Heredia.
De pibes, el boliche es el escenario de la batalla. Mientras la mayoría de sus compinches hacía barra o intentaba sin éxito que la pelirroja de shorts se dignara a bailar un tema, Benja arrasaba a piacere. Tenía una en cada rincón del lugar. Todas lo esperaban y lo compartían, conscientes de que se enfrentaban a un espécimen masculino único en el mercado.
Salir con un MSN era la gloria. Benja, sin transpirar, mostraba variedad de números de celular, datos personales completos –con segundo nombre y doble apellido– para Facebook y direcciones para chat.
Probablemente no agregaría a ninguna. El tipo iba por la vida con un par de verdades en el bolsillo. Las iba reafirmando con el paso de los años:

Si la jugás de romántico, estás listo. Las minas no quieren un perrito faldero. Quieren un desafío. Hacete desear. Deciles que las vas a llamar y no las llames. Que vas a salir y suspendés. Levantate a la mejor amiga. Sé un reverendo hijo de puta. No seas boludo, prohibido enamorarse. Sin remordimientos. Si no lo hacés, te lo hacen ellas a vos. Así vas a poder llegar a la que quieras.


Benja instruía a su pandilla. Alguno de los suyos ponía en duda su táctica maestra de winner consagrado. Como Javi. Pero cuando me gusta una chica trato de hablar con ella. No con la amiga. Benja era contundente con sus respuestas. Respeto, pero no comparto. Todavía falta para el matrimonio.
En relación a esta temática, el number one desenfundaba su segundo principio elemental. Lean y juzguen:

Nosotros los tipos podemos joder hasta después de los 40. Está todo bien. Ahora, las minas, joden, joden, y después suenan.
Las que prefieren salir con las amigas en lugar de con un flaco, como si tuvieran 18 y ya están en los 26, fueron. Las que bailan con chicas toda la noche, fueron. Las que calientan la pava, fueron. Llegan a los 30 y en Navidad están solas. Con sus amigas solteras. O sea, solas.
Conclusión: decile a esa chica difícil que se deje de jugar al Sex on the City a los veintipico y que salga con vos. Si no la ve, allá ella. El tiempo nos dará la razón.


Y el Benja seguía arrasando. Cada vez, mujeres más lindas. Modelos, actrices. Hasta salió con la ex de un galán de TV. La del apellido alemán medio raro.
El tema fue cuando apareció Debbie. La conoció en una fiesta en Costanera. Cuando entró, el reggaeton se calló unos segundos. Vestido rojo ajustado, espalda desnuda, arriba de 1.75 fácil, curvas a lo Scarlett, sonrisa a lo Cameron. Y Benja enloqueció.
Arrancó con el chamullo y consiguió el celular. Salieron un par de veces. Rompía uno a uno todos sus principios. Debbie lo llevaba como quería. De repente, lo llamaba y le suspendía sobre la hora. O directamente faltaba sin avisar. Cuando él preguntaba, le decía que tuvo que ver a un viejo amigo. Benja explotaba de rabia y celos. Encima, todavía no habían consumado. Quizás por eso bancaba y bancaba.
Pero esta noche es la noche. Benja ya les avisó a sus amigos. Hoy es sábado, todo está arreglado. Se viene lo mejor. Empezarían con cena. Terminarían con hidromasaje.
Curioso final el de nuestra historia. Como si todas las chicas a las que Benja nunca llamó hubieran confabulado un plan maestro. Como si esas lágrimas de desilusión viajaran de las carilinas a la cocina de las estrellas. Porque la venganza es un plato que se come frío.
Hoy, Debbie mostrará su verdad. De chiquita, fue Ramón.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Ella y su testigo

Abre sus ojos algo asustada, como liberándose de un sueño. Luego toma conciencia. Las sábanas de seda aparecen revueltas en su colchón king size. Los rayos de luz penetran la suite, en un contraste de sol y sombra. Otro día comienza en Zona Norte.
El desayuno está listo, todos los diarios se muestra en fila. Los comentarios de rigor con el personal doméstico y los asesores más cercanos. La leche con almendras y los panecillos tipo suizos.
Vestimenta elegante, camioneta blindada y destino programado: inauguración de una escuela en Berazategui. La gente saluda al llegar. Discurso. La gente saluda al salir.
Los simples mortales tenemos un jefe, que a su vez responde a otro. En su caso, su superior inmediato no habita este país. Quizás ni siquiera este mundo. Los profesores de Cívica nos tiran la entelequia: “el soberano es el pueblo”.
Ella se sabe inteligente. Sus discursos sin guión, su elocuencia al hablar. Despierta la admiración y la envidia de los oradores más reconocidos. Lo cierto es que se pone en juego aquello que los hombres ricos y aburridos persiguen a toda costa: el poder.
Hablamos del arte de decidir. Hablamos de carisma. Algunos se perjudicarán, otros sacarán ventajas.
Pero no es mi intención entrar en ese debate. Alguien ya pronunció la frase. La historia juzgará.
Mi trabajo me obliga a estar cerca de ella. La he visto en situaciones inimaginables para el común de la gente. La vi llorar. La vi reír. Escuché autocríticas y reproches a su propio accionar.
Quise acercarme. Decirle que ésa es la faceta que tiene que mostrar. Que así es como tiene que presentarse ante la gente. Humana. Falible. Comprometida con las prioridades. Deberías sacarte esa coraza que te protege y ser vos misma. No nos peleemos entre nosotros. Tenemos que darle todos juntos para adelante.
Pero no tuve el coraje. Quién soy yo para aconsejarla. Un simple funcionario de tercera línea.
Hace poco me habló. Estaba charlando con un asesor y se mostró molesta con un comentario. Dijo que no cree en la religión ni en soluciones mágicas. Cree en Dios y en los hombres. En los argentinos y las argentinas. Me miró buscando aprobación. Asentí y sonreí.
Las oportunidades llegan para todos. En octubre, voy para concejal.

domingo, 30 de agosto de 2009

Tusam y las relaciones de pareja

No sé si recuerdan, pero el verano del 2000 fue muy particular. El cambio de milenio nos partía el bocho a todos. Y el calor de enero no nos dejaba respirar. Sumale el cemento de la city, la humedad, el aire caliente, y tenés a movilero de noticiero haciendo huevos fritos en el asfalto.
Yo andaba por los 15, y con mi amigo Beto nos juntábamos en la terraza de lo de mi abuela Tatá, en el eterno barrio de Caballito. Leíamos Cortázar a los rayos del sol, protector solar factor 20 en mano, en un intento sin sentido de conseguir el bronceado de Echarri y ganar chicas como La Maga o Natalia Oreiro.
Pero lo verdaderamente jugoso de esas tardes en lo de Tatá eran las charlas con Beto sobre lo inexplicable de la vida. Cuando llegábamos al tema “romance”, el tipo se despachaba con unas definiciones universales que andá saber de dónde había sacado. Todos entrábamos en una categoría. Un puñado de máximas, dignas de una profecía de Nostradamus, a saber:

“Los que llevan 3 o más años de novios tienen la autoestima baja (no cambian por miedo a no encontrar)”.
“Los que eligen relaciones a distancia no buscan comprometerse”.
“Los solteros eternos son cómodos, autosuficientes y expertos en el arte de la masturbación”.
“Los que se pelean todo el tiempo tienen buen sexo y poco futuro”.
“Los que se llevan muy bien y se sonríen a diario están destinados a la desilusión”.
“Los que no aman son infieles. Los que aman también”.
“El amor es la manera hollywoodense de llamar al deseo”.

Yo siempre retrucaba con que eso de generalizar era una pelotudes. Si te digo “el que escribe máximas es un frustrado”, qué me decís. Y el muy turro siempre tenía una respuesta rápida bajo la manga: que no querés ver; algunos eligen Tinelli y no Crónica porque te distrae de la realidad. Vos elegís claramente a Tinelli. Y a Spielberg. Y a Friends. Y me parece perfecto. Pero no cuestiones una verdad por no estar de acuerdo.
Obviamente, me callé. El tipo tenía el don de la palabra, de la inteligencia. Y yo el de la ubicación.

En esas andábamos, ya en los 19, primeros pesos ganados a buena ley.
Beto se pone de novio con Kari y se los ve muy enamorados. Se mojan bajo la lluvia, ven y comentan las últimas películas en cartelera, las mejores piezas teatrales. Comparten recitales internacionales en River, toman helados de exportación, té verde en Madero Este, caminatas por Palermo Park.
Combinan colores, prueban comida mexicana, peruana y tailandesa, aprenden brasilero los sábados, juegan al tenis los domingos, hidromasajes cada tanto, cenas familiares para compartir felicidad. Él toca la guitarra, ella tararea sus canciones.

Y tuve que preguntarle. Vos, que sos el anti amor. Vos, que me bardeaste por romántico. Qué me decís ahora. Te picó el bichito, salame. Dónde quedaron tus palabras, tus definiciones universales sobre el fracaso sentimental.
Sigo pensando exactamente lo mismo. Pero no por saber que moriré, voy a cometer suicidio. Me divierto un rato, vivo el momento, comparto la experiencia. Hasta que uno de los dos se canse primero. Le dije que sé que todo terminará. Que el rostro que hoy adoramos será odiado en el futuro. Y así y todo quiere seguir. Sigamos entonces, veamos hasta dónde llega el río.
Lo comparé con un sofista, con un político popular, con un notable orador. Se rió.

Seguí mi vida. Pasó el tiempo, el pibe se hizo hombre, me casé a los 29. Hoy tengo un hijo, y es lo mejor que me pasó en la vida. El laburo es un montón y casi no hay tiempo para los amigos. Pero hay mucho por contar.

Ya hace 10 años que Beto y Kari están juntos. Y siempre hay un día en el año en el que me invitan a cenar. Voy con gusto, comemos de maravilla y rememoramos las viejas ideas de Beto. El renegao, el que no arriesga y gana igual.
Y nos reímos toda la noche de aquellos tiempos de máximas universales y verdades absolutas. De veranos transpirados en la terraza de Caballito, en lo de mi abuela Tatá. De discusiones adolescentes en los albores del año 2000.
El gran Beto cambió el discurso. Ahora su frase es “puede fallar”.

lunes, 17 de agosto de 2009

Lo segundo

Cursé con Mike varias materias de la carrera. Tipo singular, con talento para caerle bien a todo el mundo. Cabello de distintos colores, rastas al estilo reggae, jeans desajustados, cinturón con tachas.
Sin pelos y con aros en la lengua, me confesó varias verdades. No entendía las publicidades de tránsito lento: por la mañana, al levantarse, arrancaba con lo segundo.
No pude disimular mi sorpresa. Un sistema digestivo de puntualidad suiza en un cuerpo flaco y aparentemente maltratado con sustancias varias.
Fuera de estos temas mundanos, compartimos con Mike una amistad sincera. Nuestras caminatas por Monserrat, a la salida de la facu, eran momentos de conversación amenos. Últimas conquistas, desilusiones, fútbol, plata, joda. Temáticas argentas por excelencia.
Mi graduación fue un punto de quiebre. Lo empecé a ver poco y de a ratos. Mike era de Lomas, pero su vida estaba en Capital. Se puso de novio y desapareció del mapa.
Me llegaron comentarios de todo tipo: laburo en call center, programa de radio en emisora modesta, viajes al norte de mochilero.
Años más tarde supe que esas aventuras en el desierto le enseñaron a valorar lo básico, a vivir con poco, a disfrutar de las pequeñas cosas. Cual metáfora de Argentina, se cayó y se levantó, se infló y adelgazó, se quedó sin monedas y peló tarjeta a todo crédito.
Tocó la viola en espectáculo tanguero, fue encargado de restaurant céntrico, volvió a la pyme familiar. En el camino, se cortó rastas, compró traje, terminó relación larga y bajó un cambio.
Pasó el tiempo. Pero el rostro de Mike permanece ajeno a los almanaques. Conserva carita juvenil, al mejor estilo Dorian Grey. Vi su foto en página perdida de revista de chimentos. Sale con vedette en ascenso, rol secundario en espectáculo de calle Corrientes.
El último enero lo crucé en la Feliz. Conversamos largo rato en la rambla de La Perla. Lo noté animado. Había viajado a ver a su novia, de temporada en Mardel. Y cual vuelta del destino, recibí otra confesión. Con Mónica, amada vedette, estaban esperando un hijo.
Lo felicité y lo jodí un poco. Hacé las cosas bien Mike. Primero te casás y después tenés hijos. Pero esta vez no me sorprendí. Mike es un tipo que empieza por lo segundo.

viernes, 10 de julio de 2009

Él o yo

Cuando Daniel salió estaba oscuro. Hacía un frío de esos que acuchillan la piel. A paso rápido, cruzó la avenida y agarró por Matheu, camino a Rivadavia. Enseguida se dio cuenta que fue una mala decisión.
El alumbrado público y sus foquitos quemados. Si no ves en dónde pisás, si no hay nadie caminando por la calle, si hace entre 4 y 5 grados, es obvio que algo va a pasar. El terreno propicio para el crimen. Pasa en las películas, pasa en la vida real.
A una cuadra, a la altura de Alsina, observa su destino. Individuo de gorra, flaco, morocho, ropa desalineada. Sin duda alguna, busca problemas, pensó.
Tenía unos metros para decidir la maniobra. Podía doblar en la menos segura Moreno. Podía cruzar y esperar mejor suerte. O sólo continuar su camino. Aunque algo le decía que la noche deparaba algo diferente. Alguien querría matarlo.
El pedido de una moneda sería la excusa. Luego un golpe certero en el rostro. Y el bum del revólver. Y revisar el cadáver. Y sacarle los billetes y las tarjetas. Y chau familia. Chau novia. Chau vida.
Más viento, más frío. Sólo ellos, calle Matheu. El de gorra se acerca cada vez más. Daniel observa los detalles. Campera de poliéster marca deportiva, pantalones anchos desajustados, gorro con logo hip hop cubriendo las orejas. Más morocho que antes. Camina despacio. Ya muy cerca de él.
Y llega el momento de la verdad. El segundo en el que uno pasa al lado del otro. Fue todo demasiado rápido. Cruce de miradas. Daniel se detiene. Hip hop se sorprende y amaga a frenar. Está por decir algo. Ahora viene lo de la moneda, piensa Daniel. Pero no lo va a permitir. Él o yo. Y Daniel saca Vitorinox suiza. Dos puntazos y a correr.
Hip hop en el piso, cubre las heridas y grita por qué, por qué. Se funde en un sollozo invernal. Pide ayuda, le llora al frío, al desconcierto.
Alguien llamará al 911. La ambulancia vendrá y se irá con el herido. El miedo, protagonista invisible, maquilla su rostro. Mañana sale en TV.

domingo, 5 de julio de 2009

La cura de la gripe, made in Argentina

Buenos Aires, julio de 2009. Se agotan los barbijos y los geles de alcohol. Cierran las escuelas y abren los boliches. Versiones apocalípticas presagian lo peor.

Prendés la tele y ves médicos. Infectólogos y epidemiólogos insisten en que el miedo paraliza. Pero la gente cada vez se desespera más.

Entre la psicosis y el fin, entre lo oscuro y la luz, aparece Michael Jackson. En aquellos días en que la enfermedad no era un problema para nosotros (hará cosa de una semana), recuerdo cuán fuerte fue el impacto de la noticia. Había muerto parte de nuestra música. Ese fue el día en que descubrí la cura contra la gripe A. Permítanme aclarar. No soy científico ni especialista. Sólo un tipo que estudió Comunicación.

Y llegué a la conclusión de que lo único que podía salvarnos era conseguir el número celular de Diego Armando Maradona.

Llamé a Iván, viejo amigo y productor de radio. Le sorprendió mi pedido pero no hizo muchas preguntas. A los 10 minutos me mandó un texto con el dato.

Confieso que me puse bastante nervioso al momento de discar. No era para menos. Estaba marcando el número de Dios.

La voz del contestador pidió mi nombre. Es lógico, no va a atender si es Juan Pérez. Con mi tono más grave y mis aspiraciones de locutor dije “Mario Pergolini, estoy en el aire”. Al rato tenía a Diego del otro lado.


- Mario, qué sopresa- encaró el 10.

- Diego, no soy Mario. Pero eso no importa ahora. Tengo algo muy importante que decirte.

- Disculpá flaco, no tengo tiempo ahora.

- Por favor Diego, es sólo un minuto.

- Te tengo que dejar.


Y antes de que me cuelgue escupí de una mi frase salvadora:


- Tengo la cura de la gripe porcina y sólo vos me podés ayudar.


Hubo una pausa. O colgaba o preguntaba detalles. Y el Diego no falló:


- ¿Cómo, cómo?


Insistí en que tenía que verlo personalmente, que confiara en mí. Para dejarlo tranquilo le di mi nombre y apellido completo y hasta le ofrecí el número de DNI.


- Investigame todo lo que necesites, pero debo verte.


Antes de las 2 horas estaba en la puerta de su casa, en Devoto. Un par de patovicas me palparon de armas y luego entré.

Ahí estaba. Diego Armando Maradona, quizás el símbolo más importante de la historia viva nacional, en bata y chinelas. No había tiempo para emociones u homenajes.

Nos sentamos en la mesa del living y rompió el hielo con un “vos dirás”. Le expliqué mi plan a riesgo de que me acusara de loco y me echaran a patadas. Pero nada de eso ocurrió. Apelé a su patriotismo y generosidad. El plan le pareció excelente. “Una verdadera lección para todos. Hace rato que se nos escapó la tortuga con este tema”.

Minutos después, desde un ciber cercano, envié el e-mail que paralizaría al mundo: “Diego Maradona ha muerto. Aún se desconocen las causas”.

¿Los destinatarios? Los principales medios de comunicación del país.

Les tomó unos minutos chequear la noticia. El Doctor Cahe convocó una conferencia de prensa y confirmó la fatalidad. “Diego ha fallecido el día de hoy, víctima de un infarto de miocardio”.

Las primeras planas de los diarios sólo escribían sobre el Diez: “Dios ha muerto”. Los canales de televisión mostraban un Obelisco lleno de gente autoconvocada, llorando. Se repetía una y otra vez el gol del ’86. Y la entrevista al pibe de Fiorito que quería jugar en Boca y ser campeón del mundo.

El Gobierno decretó duelo nacional. Millones de amigos y conocidos declararon ante las cámaras. Pelé habló y dijo que Maradona fue el mejor. Grondona propuso velarlo en la Bombonera. Y ya sonaba Sean Penn para la película. ¿Cómo imaginar un mundo sin Diego?

Pasaron 3 días y 3 noches. Y la noticia sigue golpeando el corazón de los argentinos. La gripe A pierde terreno en la agenda del día. La gente continúa higienizándose, sí. Pero ya no aparecen a diario los números de infectados o la cantidad de muertes. A fuerza de llanto perdimos el miedo. El plan había resultado.

Convocamos conferencia de prensa en hotel de lujo. Prometimos la presencia de Claudia, Dalma, Giannina y el Kun. La sala desborda y salgo a enfrentarlos.

Nadie me conoce. Los periodistas me miran absortos. Nervioso pero seguro, enfrento el micrófono:


- Todo lo que vean y escuchen a partir de ahora tiene una explicación lógica y persigue un bien mayor. Adelante Diego.


Maradona y el Dr. Cahe salen a escena y el ambiente se consterna. Se escuchan gritos y hasta se desmaya una señora en el fondo. Los camarógrafos apenas pueden sostener las cámaras. Es el caos, pero quieren escuchar.

Diego, rozagante, afirma que está en perfectas condiciones. Y que prestó su nombre para demostrar que podemos cuidarnos sin miedo. Y que debemos aprender a tranquilizarnos, a pesar de lo que salga en los medios. Como podrán comprobar, no todo es verdad. Y citó el ejemplo de Orson Wells y la noticia de la invasión de los extraterrestres. Aquella vez hubo un suicidio en masa. No estábamos tan lejos de esa realidad.

Me señaló como el autor intelectual de la idea y me felicitó. El pueblo no reaccionó del todo bien en un principio. Pero con los días se entendió el mensaje: desviamos la atención y perdimos la psicosis.


Ahora vivimos un poco más tranquilos. Nadie recuerda mi nombre y está bien que así sea. Salimos a trabajar, volvimos a las escuelas, a los cines y al gimnasio. Nos lavamos las manos 10 veces al día, es verdad. Pero ya no acusamos de asesino serial al pobre alérgico que estornuda en el ángulo interior de su codo derecho.

Hace poco me llamaron de un medio de Londres para que cuente cómo surgió la idea y qué sugería para aplacar a las masas europeas.

Les agradecí, pero indiqué que no podía participar. Ellos cuentan con personas muy preparadas y se les ocurrirá algo mejor.

Lo que sí, les va a faltar la viveza criolla. Al final de cuentas, Dios es argentino.

domingo, 28 de junio de 2009

Cuentos para niños

En la tranquilidad de la habitación de su hijo, el hombre se dispone a contar un cuento. Sin libro ni ayuda-memoria en mano. Pero con la convicción de que se trata de un relato diferente. De esos que trascienden las moralejas. Verdaderas lecciones de vida.

- Hijo mío - comienza el padre - el protagonista de esta historia es un hombre grande y fuerte, así como yo. Al salir de la ducha matutina, sin ojotas, sin alfombra, resbala y golpea muy fuerte la cabeza. Pero el dolor se diluye rápido y su día continúa normal. Oficina, trabajo, almuerzo, más trabajo, vuelta a casa.

Por la noche, antes de la cena, se recuesta en su cama y queda profundamente dormido. Cuando abre los ojos está en un lugar diferente. Blancura total. Es el último en una fila de 5 personas.

Llega a un artefacto rojo, igual al de las farmacias. Saca un número y entra en un salón. Se sienta al lado de un señor canoso.

Hay más gente, pero nadie se mira entre sí. No habla ni pregunta nada. Se limita a esperar su turno en ese ambiente desconocido, parecido al del consultorio de un médico. Ya le aclararían la situación.

Advierte que las personas que ingresaron no han vuelto a salir de la oficina. Se asusta y se convence de que todo se trata de un mal sueño.

Llaman a su número. La secretaria lo recibe y le abre la puerta del despacho en el que desaparecen los supuestos pacientes.

Un señor mayor, de boina, cigarro y barba, lo saluda con cordialidad. Lo invita a sentarse y comienza una charla amena, con preguntas directas y bien dirigidas.

El protagonista se relaja, se siente escuchado. Habla de su vida, sus afectos, las pasiones, el fútbol. No tiene la necesidad de cuestionar lo que estaba pasando ni preguntar en dónde se encontraban. Surgiría más adelante. Y así fue.

En un momento, el de boina se pone serio y dice con frialdad:

-Usted ha muerto. Entiendo que lo sabe.

-(Pausa) No lo sé - responde el hombre, asombrado.

-¿Recuerda el golpe de hoy a la mañana?

-Perfectamente. Y estoy bien.

-Está más que bien. Toque su cabeza. No encontrará sangre ni traumatismo alguno.

-Pero trabajé después del golpe.

-Sí. Es una forma de ver las cosas.

El protagonista toma conciencia de su propia muerte. No puede llorar ni tiene tiempo para eso. Con sabiduría, pide un último deseo. El viejo apaga el cigarro y duda un instante, pero accede. Luego se despide y se pierde entre la blancura del lugar.

El padre hace una pausa, quiere continuar pero no puede. Su hijo, entre el sueño y el suspenso, lo mira con sorpresa y reclama:

-Papá, ¿qué deseo pidió el hombre?

Con lo que queda de voz, el papá responde:

-Despedirme de mi hijo. Te amo Joaquín. Tené fuerza, cuidá a tu mamá, estudiá mucho. Siempre voy a estar con vos.

Y con lágrimas en los ojos, desapareció.

sábado, 6 de junio de 2009

La censura necesaria

No fue un rayo ni una bomba. No nos tragó un agujero negro ni desaparecimos de la Tierra. No estamos en otra dimensión. Sí en otro mundo.

La noticia inunda las pantallas. La gente se altera, se asusta. Ve su propia muerte en nuestras muertes. Y está bien que sea así.

Flashes que aparecen y se entremezclan. Porque los recuerdos no siguen un orden, una lógica. Simplemente aparecen. Te despiertan por la noche. Confunden al lector.

Golpear contra el fondo del mar. Morís en la caída y despertás en el avión. La azafata ofrece bebidas y revistas comerciales. Me abrazo con la de al lado y rezo a Dios. En el aeropuerto, pasaportes y equipaje. En el cielo, temblores y oscuridad.

Escuchás varios idiomas. Programás la música-compañía. Beatles y Black Eyed Peas. Después es todo gritos y desesperación. Mascarillas de oxígeno, rostros del horror, taquicardia generalizada.

Allí la muerte simplemente llega. No podés luchar, nadar, medicarte. No podés elegir.

Primero hay esperanza. Luego resignación. Siempre hay miedo.

Y si uno tuviera tiempo –como tengo ahora–, me cuestionaría un par de cosas. ¿Por qué dejé en un cajón los ahorros de una vida? ¿Por qué me preocupé tanto por asuntos insignificantes? ¿Por qué me peleé para siempre con mi vieja? ¿Por qué no le expresé mi amor a la única persona que lo merecía? ¿Por qué no te dije cuánto me importás? ¿Por qué?

Y ahora que mi cuerpo es agua y mi alma es sabia. El dolor pasó y llegó la compresión. Sólo ahora entiendo. Encuentro respuestas –las verdaderas–.

Pero estos dedos que escriben son hábiles censores. No me pertenecen, hago lo que puedo. Postergarán el final hasta el día de tu propia muerte. Allí conocerás el secreto de todo esto –mi vuelo, tu vida–. Y entenderás.

lunes, 18 de mayo de 2009

La Teoría de los Lugares

Corrientes y Callao. Sábado a la tarde. Típico bar porteño. Uno pide un café o una gaseosa y tiene el derecho a permanecer durante horas en la misma silla. Un refugio de la realidad a un precio accesible.
Mientras beso el cortado, miro a la gente y saco conclusiones. Ya estuve sentado antes en la misma mesa. Eran otros tiempos, momentos de risas y felicidad. Ahora estoy solo.
Me doy cuenta que así como yo tengo mi propia historia en el lugar, esa mesa –esa madera– ha sido testigo de pequeños acontecimientos en la vida de la gente.
Estoy sentado en el sitio exacto en que alguien cortó con su pareja, o confesó su homosexualidad, o leyó el final de su novela, o se enteró que iba a ser madre, o que estaba enfermo, o planeó un asesinato, o dijo te amo, o simplemente pasó el rato.
Pienso en que el mismo razonamiento aplica para los hoteles alojamiento, las butacas de un ómnibus, de un cine, de un teatro. Nuestra existencia debe transcurrir en la misma escenografía. Es parte del sentido de las cosas. Es el pequeño truco del Señor.
Para pasar en limpio: los lugares se repiten, cambian las situaciones y las personas. Si vuelvo al patio de mi escuela primaria, seguro va a ser más pequeño que en mi recuerdo.
Mis padres me mostraron el lugar en el que se conocieron 30 años atrás. Esa baldosa no significa nada para el transeúnte cotidiano. ¿Pero que sienten los protagonistas del momento? ¿Nostalgia, melancolía, tristeza? Podemos descartar la felicidad.
El viejo de al lado lee el diario con interés. La pareja cercana a la ventana está tomada de la mano. Hablan en paz. La chica de la boina, sentada un par de mesas enfrente, se refugia en su laptop y bebe un jugo de naranja. Creo que Internet es un remedio contra la soledad.
Miro fijo a la ventana y descubro mi destino. Me asusto. Un tipo de impecable traje me observa fijo a través del vidrio que da a Corrientes. Unos 60 años, sombrero y sobretodo, canas hasta en las cejas, cara de enojado. Entra al bar y se sienta a mi lado. Me dice que lo escuche. Ve mi expresión y me pide que no tenga miedo.
Le digo lo que pienso. Confieso mi Teoría de los Lugares, la influencia de los mismos en nuestros actos, la estúpida lógica que nos obliga a ser felices en aquellos contextos en los que antes lloramos. Le digo que no me voy a callar.
El tipo se pone más serio y me llama por mi nombre. Esto me asusta aún más. No sé cómo reaccionar. Saca un par de pastillas, dice que las tome. Me enfurezco, grito y le digo que no quiero sus drogas de mierda. Que ya vi lo que está pasando. Que no nos van a engañar más.
La gente se amontona, me mira como a un loco. La chica de la boina cierra su laptop y se va. La pierdo para siempre. El viejito se muestra compasivo y la pareja se abraza. La chica solloza.
El tipo me agarra fuerte. Yo sigo gritando, espero la ayuda que no viene. Y el tipo también grita. Diego, soy tu papá. Pero no lo escucho. Y con las piernas pateo las sillas. Diego, soy tu papá. Y el Lugar me absorbe. Y viene lo negro. La oscuridad absoluta.

viernes, 1 de mayo de 2009

Laura y el kit de la cuestión

Y Laura se cansó de las crisis. Al final del día, todo pasa por la actitud.
Decidió vivir muchas cosas para poder recordarlas y ser feliz. Pasó la tarde del sábado soleado frente a la compu. Escuchó música, vio videoclips, le cantó a la pantalla, sonrió ante fotos viejas –Facebook, claro-.
No conoció aún al chico interesante que busca, pero sigue a la expectativa. Encara sus viajes con alegría. Ama la sensación de llegar a un lugar desconocido. Y también la de irse, sin saber si va a regresar –pero con la convicción interna de que sí-.
Creo que lo de Laura es para imitar. Una vida sin chanchos mutantes, sin papeles verdes, sin barbijos, sin frases gastadas, sin muertes, sin robos, sin presidentes. Y a la vez, con todo eso.
Nos tocó una época difícil, me dijo el otro día. Pero con una claridad que me hizo prestarle atención. Con lo que cuesta escuchar. Con los colectivos de la ciudad y las marchas populares. Con mi Ipod encendido.
Pero te escuché Lau. Y me hablaste de tu relación con tu vieja, de tus proyectos, tus ideas. Tenés una inmensa facilidad para decodificar pensamientos y ordenarlos en oraciones coherentes. Nunca pude ser tan sincero como vos. Y me asusta.
Laura se ríe como si fuera la última vez. Tiene una mirada rara. Como asiática pero argenta. Como que te come. Y se acuerda lo que le decís.
No estoy enamorado de ella. Pero no me costaría nada si me lo propusiera.
Me respeta mucho. Me ve inteligente. Me ve hombre. Y me ve amigo. Pero yo sé que me ve.
Todo esto es tan difícil. La vida es tan difícil. No sé si lo dijo Laura o fui yo.
Una escena en una película o un trozo de literatura pueden tocar tu corazón. Pero con la realidad a veces es más difícil. Ahí fue cuando pensé que una cosa está englobada en la otra. Como los diagramas de Venn. A incluye a B. La vida incluye a la ficción, que es construida por los hombres. Ergo, lloramos en y por la vida. Lloro por la gente que perdí. Y río cuando me ayudan –desde una página o desde el Cielo-.
Otra vez hablamos sobre la muerte. ¿Y si esta gripe nos mata?
Laura no quiere morirse sin tener hijos. Dije que la podía ayudar con eso. Se rió.
Yo tampoco me quiero morir sin besarla. Sin releer Rayuela. Sin tocar Imagine o bailar un tema completo de salsa. Sin que el viento me despeine otra vez en Colonia, o en Helsinki. Sin tomar un buen vino. Sin reírme sin parar. No me quiero morir.
Laura, estas líneas son para vos. Me hiciste redescubrir lo que me gustaba de todo esto. Aquello que uno encuentra de adolescente y pierde en el camino. Me das ganas. Te tengo ganas. Es decir, quiero seguir. Quiero ver que hay detrás del horizonte cuando el sol se cae. Qué me depara la vida. Cómo cambia el tipo frente al espejo. Quiero llegar al fondo del asunto y disfrutar de esas pequeñas cosas de las que hablamos.
Gracias Laura. Espero que esto provoque ese gesto que te queda tan bien. Porque en lo blanco de tu sonrisa se cierra este círculo. Allí empieza la verdad.

viernes, 23 de enero de 2009

Las ideas de Maju

Cuando me decidí a encararla ya eran como las 5 am. Ya todos nos estábamos despidiendo y sinceramente no daba. Se llamaba Maju, ojos grisáceos, piernas al descubierto, pecas por todos lados y piercings discretos. Estaba muy emocionada con su reciente viaje a Cuba. Nos contó de los atardeceres de postal, de los mojitos hidratantes, las playas como Dios manda y la calidez de la gente. Yo escuchaba con atención, me hacía imágenes en la cabeza, pero sobre todo trataba de que no se me escapara la vista hacia el escote en V de la remera.

Se notaba que Maju estaba muy entusiasmada con las ideas socialistas. Aparentemente allá todos comen y tienen buena atención médica. De política sé poco y nada, pero me alcanza para darme cuenta que nunca nadie está contento del todo.

La cosa es que Maju me atrapaba y no sabía qué hacer para apartarla del grupo y besarla (a ella, a La Habana, a la revolución). Pero no hubo caso. Las agujas siguieron su curso, la arena pasó por completo para el otro lado. Esa noche sólo pude soñar con su sonrisa blanca leche.

Mi hermano me cargó toda la semana. ¡Cómo la mirabas a Maju eh! Capaz que jodía porque él también la había mirado. Yo que sé, estas cosas pasan.

Esperé con ansias la llegada del próximo finde. El sábado a la tarde me compré algo de pilcha, corrí un poco en la plaza y me empecé a preparar. Fuimos todos a tomar algo a Palermo.

La terraza del bar era cómoda. Silloncitos en ronda, humo de cigarros, calor de enero y estrellas en cantidad. Esta vez Maju estaba callada. Toto se la pasaba hablando de las ventajas de los lubricantes íntimos y ella sólo escuchaba curiosa y sonreía de cuando en cuando. Que los lubricantes son para los putos, decía mi hermano. ¿Entonces por qué vos tenés uno en el cajón?, pregunté fanfarrón. La miré y se estaba riendo con ganas. Aproveché que estaba cerca y le dije que me había interesado mucho lo de Cuba, si quería contarme más. Creo que mi pedido le gustó. Habló, habló y habló. Lo único que esta vez yo era el receptor. Hablaba para mí. Y sus palabras se confundían con la música de fondo. Algo de rock nacional, mezclado con la salsa de su charla. O quizás sólo era Vasos Vacíos.

Le pregunté si quería salir un rato al otro día. Viste que los domingos a la tarde son medio depres. Podemos ponerle un poco de onda. Mi pedido la tomó un poco por sorpresa, como que no la vio venir. Pero no se asustó. Dijo que podía ser, que la llamara y veíamos. Para mí era un 10, me sentía Gabriel Corrado en las novelas de Andrea del Boca.

Cuando me quise acordar, ya era domingo y estábamos los dos solos caminando por Parque Las Heras. Posta que me sentía en una película, todo tan rápido, tan ideal.

Llegué a mi casa tipo 10 y mi hermano me entró a bombardear a preguntas. Que si ya éramos novios, que si la besé, que si me tocó el amigo. Callate boludo, dije fastidioso. Me encerré en mi cuarto y me puse a pensar.

Entre nosotros, confieso que intenté besarla. Sentaditos en el pasto, hablando de las proezas del Che, de lo mal que le pagaban en su laburo, de lo hecho bolsa que estaba la UBA. Como que quise cortar el clima y le tiré la boca. Fue más un pico que otra cosa, se abatató. El segundo después fue lo más incómodo pero la zafé con un chiste.

Al tiempo empezamos a salir y la pasamos muy bien. La verdad es que la flaca era muy linda y me encantaba que el mundo supiera que estaba conmigo.

Todo marchaba sobre ruedas hasta que mi hermano me cuenta que vio a Maju con Toto, Seee, son amigos. Nooo, se estaban besando. ¿Qué?

Cuando se lo planteé a Maju me dijo que sí. Y que no me tenía que molestar, que nunca dijimos que no podíamos salir con otra gente.

La verdad es que soy un pibe moderno, pero en estas cuestiones del corazón soy chapado a la antigua. No me va eso de andar compartiendo una mina. Mi viejo, un tipo de pocas palabras, me dijo alguna vez que la chica y el auto no se prestan. Y tenía razón. Así que la corté, me agarré una bronca de aquellas y terminé ese verano con cara de culo. Pero aprendí un par de cosas para el futuro.

Mis amigos se me cagaron de risa. Dicen que para el amor soy un capitalista a ultranza, en contra de compartir con la sociedad y fiel defensor de la propiedad privada. Yo me hago el fanfa, les digo que invito un sundae para todos y me entro a reír. Pero entre nos, le tengo toda la fe a Obama…

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