domingo, 28 de junio de 2009

Cuentos para niños

En la tranquilidad de la habitación de su hijo, el hombre se dispone a contar un cuento. Sin libro ni ayuda-memoria en mano. Pero con la convicción de que se trata de un relato diferente. De esos que trascienden las moralejas. Verdaderas lecciones de vida.

- Hijo mío - comienza el padre - el protagonista de esta historia es un hombre grande y fuerte, así como yo. Al salir de la ducha matutina, sin ojotas, sin alfombra, resbala y golpea muy fuerte la cabeza. Pero el dolor se diluye rápido y su día continúa normal. Oficina, trabajo, almuerzo, más trabajo, vuelta a casa.

Por la noche, antes de la cena, se recuesta en su cama y queda profundamente dormido. Cuando abre los ojos está en un lugar diferente. Blancura total. Es el último en una fila de 5 personas.

Llega a un artefacto rojo, igual al de las farmacias. Saca un número y entra en un salón. Se sienta al lado de un señor canoso.

Hay más gente, pero nadie se mira entre sí. No habla ni pregunta nada. Se limita a esperar su turno en ese ambiente desconocido, parecido al del consultorio de un médico. Ya le aclararían la situación.

Advierte que las personas que ingresaron no han vuelto a salir de la oficina. Se asusta y se convence de que todo se trata de un mal sueño.

Llaman a su número. La secretaria lo recibe y le abre la puerta del despacho en el que desaparecen los supuestos pacientes.

Un señor mayor, de boina, cigarro y barba, lo saluda con cordialidad. Lo invita a sentarse y comienza una charla amena, con preguntas directas y bien dirigidas.

El protagonista se relaja, se siente escuchado. Habla de su vida, sus afectos, las pasiones, el fútbol. No tiene la necesidad de cuestionar lo que estaba pasando ni preguntar en dónde se encontraban. Surgiría más adelante. Y así fue.

En un momento, el de boina se pone serio y dice con frialdad:

-Usted ha muerto. Entiendo que lo sabe.

-(Pausa) No lo sé - responde el hombre, asombrado.

-¿Recuerda el golpe de hoy a la mañana?

-Perfectamente. Y estoy bien.

-Está más que bien. Toque su cabeza. No encontrará sangre ni traumatismo alguno.

-Pero trabajé después del golpe.

-Sí. Es una forma de ver las cosas.

El protagonista toma conciencia de su propia muerte. No puede llorar ni tiene tiempo para eso. Con sabiduría, pide un último deseo. El viejo apaga el cigarro y duda un instante, pero accede. Luego se despide y se pierde entre la blancura del lugar.

El padre hace una pausa, quiere continuar pero no puede. Su hijo, entre el sueño y el suspenso, lo mira con sorpresa y reclama:

-Papá, ¿qué deseo pidió el hombre?

Con lo que queda de voz, el papá responde:

-Despedirme de mi hijo. Te amo Joaquín. Tené fuerza, cuidá a tu mamá, estudiá mucho. Siempre voy a estar con vos.

Y con lágrimas en los ojos, desapareció.

sábado, 6 de junio de 2009

La censura necesaria

No fue un rayo ni una bomba. No nos tragó un agujero negro ni desaparecimos de la Tierra. No estamos en otra dimensión. Sí en otro mundo.

La noticia inunda las pantallas. La gente se altera, se asusta. Ve su propia muerte en nuestras muertes. Y está bien que sea así.

Flashes que aparecen y se entremezclan. Porque los recuerdos no siguen un orden, una lógica. Simplemente aparecen. Te despiertan por la noche. Confunden al lector.

Golpear contra el fondo del mar. Morís en la caída y despertás en el avión. La azafata ofrece bebidas y revistas comerciales. Me abrazo con la de al lado y rezo a Dios. En el aeropuerto, pasaportes y equipaje. En el cielo, temblores y oscuridad.

Escuchás varios idiomas. Programás la música-compañía. Beatles y Black Eyed Peas. Después es todo gritos y desesperación. Mascarillas de oxígeno, rostros del horror, taquicardia generalizada.

Allí la muerte simplemente llega. No podés luchar, nadar, medicarte. No podés elegir.

Primero hay esperanza. Luego resignación. Siempre hay miedo.

Y si uno tuviera tiempo –como tengo ahora–, me cuestionaría un par de cosas. ¿Por qué dejé en un cajón los ahorros de una vida? ¿Por qué me preocupé tanto por asuntos insignificantes? ¿Por qué me peleé para siempre con mi vieja? ¿Por qué no le expresé mi amor a la única persona que lo merecía? ¿Por qué no te dije cuánto me importás? ¿Por qué?

Y ahora que mi cuerpo es agua y mi alma es sabia. El dolor pasó y llegó la compresión. Sólo ahora entiendo. Encuentro respuestas –las verdaderas–.

Pero estos dedos que escriben son hábiles censores. No me pertenecen, hago lo que puedo. Postergarán el final hasta el día de tu propia muerte. Allí conocerás el secreto de todo esto –mi vuelo, tu vida–. Y entenderás.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails