domingo, 10 de febrero de 2008

Artículo de Marcelo Moreno, Clarín, 10/02/2008

DISPARADOR

El amor en cuotas y con garantía muy limitada

Por: Marcelo A. Moreno
http://www.clarin.com/diario/2008/02/10/sociedad/s-04103.htm

Hay porciones del calendario propicias para el amor. Estamos en verano; muchos, de vacaciones; en carnavales, próximos a un invento comercial tan popularizado como día de los enamorados. Ahora, ¿qué amor?

Todo parece conspirar para darle la razón a Zygmunt Bauman, original pensador polaco que patentó el concepto del amor "líquido". Para Bauman, hoy las relaciones humanas tienden a estar regidas por las pautas de la sociedad de consumo. Y si el valor supremo social en ella consiste en la satisfacción que nos produce el objeto consumido, "en cuanto alguien deja de satisfacernos o de sorprendernos, o simplemente se vuelve parte de una rutina, lo descartamos o lo cambiamos por otro", explica.

Claro, para eso hay que llegar al orden amoroso actual de Occidente, en que las promesas de amor eterno, el hasta que la muerte nos separe y el sacrosanto casamiento habitan los arrabales de la cultura emocional y sólo son seguidos por minorías. Y en el que el matrimonio bien avenido y para siempre constituye una exquisita excepción.

Hoy, aquí, las uniones se efectúan -con o sin papeles- casi con la certeza mutua de una ignorada pero fatídica fecha de vencimiento. Los tiempos de la pareja son los del interés común. Proliferan así dispersas familias llenas de hijos "tuyos, míos y nuestros". Y cada vez son más los que eligen una autonomía de vuelo que les permite las placenteras variaciones del zapping.

Parece que las relaciones amorosas cada vez más siguen el modelo Bauman de "úselo y tírelo". ¿Y en nombre de qué serían de otro modo? ¿Por mandatos de dioses en los que los ciudadanos de Occidente creen poco o nada? ¿Por un deber social o patriótico que -según explica el pensador francés Gilles Lipovesky- vive sus horas crepusculares? ¿O de una moral a la que nadie -empezando por los dirigentes y las modélicas figuras mediáticas- le demuestra el menor respeto?

En una sociedad férreamente individualista y consumista, los compromisos suelen ser de baja intensidad. Y la apelación del consumo resulta tan reiterada como compulsiva: al objeto se lo adquiere porque porta una promesa de felicidad. De lo contrario, se lo discontinúa, eligiendo otra opción satisfactoria. Sin ningún obstáculo que se interponga en el camino, también el amor da la impresión que copia mansamente el modelo.

Borradas en el berenjenal en el que nos empantana el bombardeo publicitario, las diferencias -lo menos, esenciales- entre objeto y persona, todo nos lleva a considerar al prójimo como cosa, con devolución o posibilidad de cambio, con o sin factura, con la bolsita basta.

Porque es cierto que los argentinos somos afectuosos y familieros, pero ¿a qué se parece más, sagaz lector, su penúltima relación: a "eres una nube dulcísima, blanca,/ detenida una noche en las ramas antiguas", según escribió Pavese, o a un cupón arrugado y olvidado de una tarjeta de crédito?

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