Martina es una chica con sueños. Entre coloridos arpegios de guitarra y revistas de moda proyecta su vida con su príncipe azul francia. Sueña conocerlo una noche primaveral, música de fondo, tragos sencillos y besos de frutilla. Su edad delata el origen de las fantasías: 20 abriles, capullo en flor, ya dejaste los quince pero estás lejos de los treinta.
Martina estudia arquitectura. Carrera tradicional para chica salida de película yanqui. Pómulos rosados, estatura ideal, pechos de miel, aliento a menta fresca. Sí, tanto el hombre de la obra de la esquina como el más reconocido ejecutivo giran sobre sí al verla caminar por Palermo. También el chico del walkman que viaja apretado en el 39 y el viejo del bar que se esconde detrás del Clarín de ayer.
En el ajetreado Almagro encontramos a Gastón. Se parece a esos pibes de reality show. Corte moderno, mechas acariciando el rostro, camisa abierta, barbita de dos días y movimiento canchero. También se fijó en Martina. Fue una noche de sábado. La estación del amor trajo ese calorcito que invita a sentarse en las mesas de afuera de los pubs. El cruce de miradas llevó al “me animo” y el “me animo” al diálogo.
El beso fue soñado. Un gusto frutal amentolado dibujó las percepciones. La luna no se movió, pero por un segundo resplandeció. Le guiñó el ojo a la situación, mientras la música de Bee Gees sonaba más fuerte. No sé si era la del pub o la que Martina imaginaba. Intercambio de números celulares, sonrisas blancas por todos lados y proyectos en mente.
Martina es de pensar en el nombre de los nietos antes del primer roce. Sabía que llamaría a la noche siguiente. Estaba convencida que el destino le gana a la razón, que el perfume de una mujer bonita es más fuerte que un equipo de rugby (¿o era una yunta de bueyes?).
Algo curioso ocurrió esta vez: Gastón no llamó, no envió mensajito, no maileó a nadie ni se conectó al MSN. Los parámetros normales de seducción y conquista amorosa se veían revolucionados por el no accionar de un hombre. A medida que pasaban los minutos, Martina desesperaba. Ni la serie del momento o las milanesas de mamá pudieron distraerla. No había apetito para nada. La autoestima estaba herida. Sí, las chicas lindas también lloran.
“Hay cosas que se aprenden así, nadie te las cuenta”. “Uno no sabe lo que le pasa al otro por la cabeza, es algo que no controlás”. “Dejate de joder, cuando te quieras acordar aparece otro que sí te va a valorar”. Sabios consejos de Tamara, hermana mayor, sobreviviente de muchos rounds en los rings del amor.
En el oscuro rincón de un restaurante cerrado de Almagro, una barra de amigos brinda con Gastón. La revancha había llegado. Tantas llamadas no contestadas, tantos mensajitos ignorados, tantas bloqueadas en el Messenger tuvieron consuelo. Martina”Histérica” Ricardi, como todos la conocían en el ambiente del romance juvenil, también sintió en carne propia el hielo de la indiferencia. El golpe al alma que duele menos de lo que enseña.