El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. De aquí el éxito de los juegos de seducción, de la histeria, de los ojitos. Este tipo de citas y reflexiones arrojadas al vacío me producían más que admiración. Rodolfo, o mejor dicho, el “Rodo”, había entrado hacía poco al diario. No tardamos demasiado en hacernos compinches.
Un tipo mayor, un galán maduro, un semiólogo que estudió en Francia con el mismísimo Roland Barthes. “¿Y qué carajo hace un semiólogo?”. “Leemos signos, nada más y nada menos”, respondía con naturalidad. Y era así.
Podía descifrar estados de ánimo, embarazos ocultos y mentiras bien fundamentadas con sólo un cruce de miradas, un gesto de más, un texto personal, una reacción inadvertida por otros. Los abogados le tenían miedo. Los políticos, terror.
Me adelantó la profunda depresión de Fernández, Jefe de la sección Policiales, 4 meses antes de su suicidio. Descubrió que la secretaria del Editor se acostaba con el abogado del diario. Y que el aparentemente perfecto Marconi tenía graves problemas con el alcohol.
“¿Cómo hacés Rodo?”. “Son hechos palpables, son signos, están ahí todo el tiempo, sólo hay que saber mirar”. Y renegaba de su habilidad. “Hay momentos en que me gustaría estar ciego. Dejar de ver por un tiempo. Descansar de tanta información. Y la verdad es que no quiero enterarme de todo. Pero no lo puedo evitar”.
Debía ser difícil para él. No era algo que podía elegir ni apagar con un botón. “Y estas canas que ves en mi cabeza no ayudan para nada. Lo que no sé por verlo, lo sé por viejo”, decía.
Lo que sigue es mi historia. Vicky Crámer, periodista estrella de la redacción, se sirve un café en una máquina cercana a mi escritorio. Rodo sale con la primicia de que está perdidamente enamorada de mí. Intento disuadirlo, ella ni me conoce. Pero es imposible desconfiar de un hombre que todo lo ve.
Con una fortaleza inusual, la invito al cine a ver la nueva comedia de moda. Para mi sorpresa, para mi confirmación, acepta. Y así comienza mi relación con una de las mujeres más deseadas del periodismo argentino. Una relación que ya lleva 3 años.
Hace 2 meses nació Camila, nuestra hijita. Soy un padre feliz. No obstante, siempre tuve una pregunta atragantada; una duda que sólo podía despejar mi mujer. En relación con el tiempo, los signos, el origen. Simple curiosidad. “No, mi amor. Te tenía de vista, pero no sabía mucho de vos. No quería perderme una cita con un tipo tan seguro de sí mismo”, contestó una Vicky risueña, que nunca había imaginado una vida de jardín y chimenea junto a mí en la época del diario. Servirse café a mi lado no significaba deseo, pasión y locura. Tan solo era sueño, necesidad de estímulo, café. Signo lógico y fácil.
Sin revolver el pasado, sólo echándole 2 de azúcar, salen las preguntas de rigor: ¿Rodo había pifiado? ¿Me había expuesto a un probable ridículo? ¿Había jugado una de sus habituales apuestas con los muchachos de Deportes?
Lo próximo es él tomando una cerveza en mi casa. “¿El momento de la verdad, no?”, me preguntó de repente. “¿De qué hablás Rodo?”. “Ya sé qué me querés preguntar. Y aquí va mi respuesta. Hace 3 años vi que estabas enamorado de Vicky. Y te conozco lo suficiente para saber que ella podía enamorarse de vos. Sólo necesitabas un poco de confianza”. “Pero no estabas seguro”, retruqué, todavía sorprendido de que supiese exactamente de qué tema quería hablar.
“No, señor. Seguro uno nunca está. Vos tampoco lo estabas, por más que confiabas en mí. El riesgo siempre está presente en las grandes hazañas de los hombres”.
Puse una cara rara y estaba a punto de decir algo. Pero, cuándo no, Rodo se anticipó. “Y creo que todo salió bastante bien”, dijo, mientras miraba a Cami y jugaba con sus manitas.
Vaya que sí, querido Rodo. Porque cuando no ves los signos, escuchás a tu corazón. Gracias por todo.