martes, 29 de diciembre de 2009

Más allá de los signos





El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. De aquí el éxito de los juegos de seducción, de la histeria, de los ojitos. Este tipo de citas y reflexiones arrojadas al vacío me producían más que admiración. Rodolfo, o mejor dicho, el “Rodo”, había entrado hacía poco al diario. No tardamos demasiado en hacernos compinches.
Un tipo mayor, un galán maduro, un semiólogo que estudió en Francia con el mismísimo Roland Barthes. “¿Y qué carajo hace un semiólogo?”. “Leemos signos, nada más y nada menos”, respondía con naturalidad. Y era así.
Podía descifrar estados de ánimo, embarazos ocultos y mentiras bien fundamentadas con sólo un cruce de miradas, un gesto de más, un texto personal, una reacción inadvertida por otros. Los abogados le tenían miedo. Los políticos, terror.
Me adelantó la profunda depresión de Fernández, Jefe de la sección Policiales, 4 meses antes de su suicidio. Descubrió que la secretaria del Editor se acostaba con el abogado del diario. Y que el aparentemente perfecto Marconi tenía graves problemas con el alcohol.
“¿Cómo hacés Rodo?”. “Son hechos palpables, son signos, están ahí todo el tiempo, sólo hay que saber mirar”. Y renegaba de su habilidad. “Hay momentos en que me gustaría estar ciego. Dejar de ver por un tiempo. Descansar de tanta información. Y la verdad es que no quiero enterarme de todo. Pero no lo puedo evitar”.
Debía ser difícil para él. No era algo que podía elegir ni apagar con un botón. “Y estas canas que ves en mi cabeza no ayudan para nada. Lo que no sé por verlo, lo sé por viejo”, decía.
Lo que sigue es mi historia. Vicky Crámer, periodista estrella de la redacción, se sirve un café en una máquina cercana a mi escritorio. Rodo sale con la primicia de que está perdidamente enamorada de mí. Intento disuadirlo, ella ni me conoce. Pero es imposible desconfiar de un hombre que todo lo ve.
Con una fortaleza inusual, la invito al cine a ver la nueva comedia de moda. Para mi sorpresa, para mi confirmación, acepta. Y así comienza mi relación con una de las mujeres más deseadas del periodismo argentino. Una relación que ya lleva 3 años.
Hace 2 meses nació Camila, nuestra hijita. Soy un padre feliz. No obstante, siempre tuve una pregunta atragantada; una duda que sólo podía despejar mi mujer. En relación con el tiempo, los signos, el origen. Simple curiosidad. “No, mi amor. Te tenía de vista, pero no sabía mucho de vos. No quería perderme una cita con un tipo tan seguro de sí mismo”, contestó una Vicky risueña, que nunca había imaginado una vida de jardín y chimenea junto a mí en la época del diario. Servirse café a mi lado no significaba deseo, pasión y locura. Tan solo era sueño, necesidad de estímulo, café. Signo lógico y fácil.
Sin revolver el pasado, sólo echándole 2 de azúcar, salen las preguntas de rigor: ¿Rodo había pifiado? ¿Me había expuesto a un probable ridículo? ¿Había jugado una de sus habituales apuestas con los muchachos de Deportes?
Lo próximo es él tomando una cerveza en mi casa. “¿El momento de la verdad, no?”, me preguntó de repente. “¿De qué hablás Rodo?”. “Ya sé qué me querés preguntar. Y aquí va mi respuesta. Hace 3 años vi que estabas enamorado de Vicky. Y te conozco lo suficiente para saber que ella podía enamorarse de vos. Sólo necesitabas un poco de confianza”. “Pero no estabas seguro”, retruqué, todavía sorprendido de que supiese exactamente de qué tema quería hablar.
“No, señor. Seguro uno nunca está. Vos tampoco lo estabas, por más que confiabas en mí. El riesgo siempre está presente en las grandes hazañas de los hombres”.
Puse una cara rara y estaba a punto de decir algo. Pero, cuándo no, Rodo se anticipó. “Y creo que todo salió bastante bien”, dijo, mientras miraba a Cami y jugaba con sus manitas.
Vaya que sí, querido Rodo. Porque cuando no ves los signos, escuchás a tu corazón. Gracias por todo.

martes, 8 de diciembre de 2009

La coautora




Ella es flaca y se ve gorda. Es atractiva pero dice común. Se come el mundo y abunda en dudas. Ella es mi amiga Lorena.
Yo soy escritor y hace un año no escribo. Agente, editorial, familia y conocidos. Todos esperan el nuevo material. Pero no sale nada.
Es un bache intelectual, de esos que Macri no puede saltar. El cursor del Word titila desesperado. Pide palabras y no le doy. Todo está dicho. La originalidad es un plagio no detectado –y no lo pensé yo, fue W.R. Ince-.
Lorena me viene a ver seguido. No se cansa. Todavía cree en mi supuesto talento. En mis épocas doradas. En el hombre que pude ser.
Me cuenta que va a pasar Navidad sola en depto familiar de Mar del Plata. Me autoinvito. Pienso que nuestras respectivas crisis pueden chocar y neutralizarse. Argumento que el viaje será materia prima fresca para una historia que tengo en borradores –miento-. Y empiezo a joder:

- Dale, vamos juntos Lore.
- No sé Fer- y me mira pensativa.
- Sí, vamos, vamos. Una sola condición: nada de sexo eh- digo en tono de chiste (aunque para las amigas mujeres no existan las bromas).
- Quedate tranquilo, nunca abusé de vos- me sigue el juego.
- Pero lo pensaste.
- ¿Y desde cuándo te creés que leés mentes?
- Desde que escribo cuentos de amor y tengo Facebook- sentencio.
- Siempre me gustaron tus respuestas.
- Qué sería de ellas sin tus preguntas.
- OK, vamos a Mardel. Pero como amigos eh, fuera de joda.
- Prometo un viaje 100% libre de erecciones. Llevo pasta de dientes.

En La Feliz, el aire salado me noquea. Un frío inusual para la época nos mantiene en el departamento. La noche es Santa Cruz. El mar, un glaciar. Leo en el cuarto. Lore navega netbook en el living. Y como por arte de magia, fluyen ideas. Nuevas, rosaditas, entre llantos. Las anoto en hojas impares de un Gloria naranja. Llamo a Lorena con expectativa. ¿Qué opinás de esto para empezar un cuento acerca de la sobrevaloración? Y leo:

El hígado tiene mala prensa. Todos hablan del centro de mi corazón, del pulmón verde de la ciudad. Pero nadie elogia al hígado y sus más de 500 funciones. Nadie aspira a conquistarlo, a robarlo, a llegar a él, a romperlo o curarlo. Nadie tiene agujeritos en el hígado. No es dibujado ni tatuado. El caso de Julián es algo parecido…Y ahí arranca la historia- agrego.

Lorena fue determinante. Es repugnante. Me da náuseas.

Trato de digerir el golpe –aún en mi política hepática-. Sin estar muy de acuerdo, leo la segunda idea:

Al contrario de lo que pensamos, los tipos con actitud ganadora, los que se las saben todas, no resultan tan atractivos para las mujeres. Prefieren al falible, al humano, al que está solo, al que sufre. Les aflora el instinto materno, la necesidad de arreglar lo que está roto.

“Poco original”, fue el comentario de Lorena. Y volvió al living y a las www.
Ya desanimado y sin autoestima, acepto mi destino de narrador de segunda. Casi sin pensar, como un ejercicio inútil, escribo la historia de este pequeño viaje a la Costa. Desde el diálogo del principio (“nada de sexo, leer mentes, libre de erecciones”) hasta ahora. Velocidad de manos, se manejan solas. Llamo a Lore y leo en voz alta el texto tal cual lo han leído ustedes hasta aquí, con hígado y tipos con actitud ganadora incluidos. Sin variar una sola palabra. Siento que tiene sentido.
Mi crítica preferida opina que es bueno. Que ahora estamos empezando a hablar. Que es raro leerse como protagonista. Y me pregunta cómo lo voy a terminar.

- Y… eso depende de vos… ¿O no sos la coautora?

Entre risas suelta un “callate”. Envalentonado, arranco con inspiración:

- Qué te parece un “y su amiga leyó la historia y le gustó, pero faltaba el final. Ahí Fernando tomó coraje, se acercó lo más que pudo y robó un beso de novela. Un beso que no se piensa, se siente. Luego, sin mediar palabra, ella se fue a la cocina. Miró el mar de Alfonsina en la ventana y supo que una amistad se había terminado. Quizás algo mejor estaba por venir”.
- Suena lindo. Aunque ella también le pudo haber metido un bife tras el beso.
- Es cierto. Pero tengo que terminar la historia. Y la gente necesita esperanza, no más pálidas.
- Si ésta es tu forma de pedirme un beso, hacelo de una buena vez.
- ¿Y después escribo lo de la cocina o lo de la cachetada?
- Poné puntos suspensivos, tontín- dijo antes de besarnos sin tiempo.

Fernando tomó coraje, se acercó lo más que pudo y robó un beso de novela. O de cuento. Un beso que no se piensa, se siente. Un beso que no se preocupa por el después…
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(Imagen extraída de aquí)

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