domingo, 25 de octubre de 2009

Martina Metáfora

Siempre admiré el modo en qué Martina me cuenta sus mil y una historias. Es de esa clase de personas que parece que escriben cuando hablan. Define sentimientos y situaciones con metáforas barrocas. Porque Martina no se enamora: cae rendida ante el nombre justo de la vida.
Cuando corta, no analiza los motivos del fin de la relación: hace una autopsia de cada momento vivido. Martina sostiene que el que quiere estudiar al amor se queda siempre de alumno.
Su jefe no es un capitalista a ultranza; simplemente dolariza sus convicciones. Los lunes no son horribles per sé; sólo cuesta despertarnos de la pequeña muerte de cada domingo por la noche. Ah, y el fútbol no es la pasión de multitudes: es el espejo mágico en el que maquillamos nuestras frustraciones como seres humanos nacionales -y anotá nacionales y no racionales por favor, me recalca con energía-.
Una mujer inteligente también tiene problemas. Y como la mayoría de los argentinos, Martina decide iniciar terapia.
Tras meses de viajes a la infancia ida y vuelta con desayuno, lágrimas que son agua y van al mar, procesos reflexivos internos y paellas de emociones (en palabras de Martina), resulta ser que en este caso el culpable no tiene nombre de mujer: la madre es inocente. Según el psicólogo Ricardo, el que la traumó fue el padre, enterrado hace años en cementerio de zona norte.
Escucho a Martina con una paciencia infinita. Obedezco a su necesidad de abrir el corazón y encerrar al cerebro:

- Mi viejo tenía el don de hacernos miserables a todos. Bastaba una postura, una mirada, una cara al volver del trabajo. Ni que hablar si empezaba con insultos- y cierra con un par de sentencias de las suyas-. - Te digo que no le faltaba ningún jugador. Solamente el arquero. Ah, y estoy saliendo con el psicólogo.

Así era Martina. Una caja de sorpresas. Una metáfora hecha persona. Por eso fue que tomé con naturalidad cuando tres meses después me dijo que estaba embarazada. Y esa conversación telefónica sí que fue larga.
Ricardo no se había mostrado muy contento con la noticia. “Y además dice que proyecto en él la imagen paterna. Como que él tiene que cuidarme por todo lo que no me cuidó mi viejo. Que lo cargo de responsabilidades. Y que por eso pasa todo esto”.
No quise meterle más manija. Pero entre nos, Ricardo tenía algo de razón. Se parece al viejo. Es una extrapolación de su hijaputez.
Menos mal que el tiempo pasa. Curó un poco las heridas. Martina se estabilizó y cría a Mati con mucho amor. De Ricardo sólo ve un cheque el día 5 de cada mes.
Hace poco estuve con madre e hijo. Se los ve muy bien, el pibe tiene personalidad, ya terminó el jardín. Como una metáfora de la vida de Martina, de su relación con los hombres, de su odio por el fútbol, Matías le salió fanático de Racing. Y ante la contratación del mega popular entrenador alemán del equipo, Martina pensó en voz alta: pobre Academia, está condenada al fracaso.
Y Matías, con sus 5 añitos, con su vocecita ingenua, con su inocencia preescolar y su ignorancia completa a nivel sexual, respondió al mejor estilo materno y en nombre de Dios, con un profundo grito de enojo: mamá, ¡seguila chupando!

domingo, 11 de octubre de 2009

Reglas de convivencia

Stella, chica refinada, paradigma del glamour, habitué de boliches top y música by DJs.
Walter, como se dice en el barrio, un toque más guarro. Viveza criolla, fútbol y chori, cuartetazo de corazón.
Alguna noche se conocieron en un rincón de Buenos Aires. El flechazo pudo más y al año compartían 2 ambientes con balcón en Almagro.
Al tanto del estilo de Walter, Stella estableció reglas de convivencia claras.
El que cocina no lava; antes de abandonar el toilette, fósforo o Lysoform fragancia aires de montaña; post ducha, cero pelos en la rejilla; hacer la cama antes de partir a la mañana; si se llega tarde –por reunión laboral o cena con amigos– se avisa con la debida antelación. And last but not least, levantar la bendita tabla del inodoro.
Walter respetaba, con mucha dificultad. Cada tanto algún desliz. Y la ira de Stella. Y el ya te lo dije. Y el no podemos vivir así, en la roña total. Y mucho más por el estilo. Sobre todo cuando el día de ella en la oficina había sido complicado.
Los límites son importantes. Impiden pasar al otro lado sin el debido permiso. Como la velocidad en las calles. Como las fronteras de los países. El tema es que Walter tenía el pasaporte al día y frenos ABS. Y lo prohibido tienta más.
En pocas palabras: Stella llegó antes de lo previsto del reencuentro con las chicas del secundario. Si lo encontró a Walter en boxer fue porque cerró la puerta de entrada muy fuerte, lo que le dio tiempo a una mínima reacción. La chica no tendría más de 21 años. Y las tetas operadas. Escándalo total.
La falta de tacto de Walter se hacía notoria en este tipo de situaciones. Tampoco es para tanto. Las reglas no decían nada en contra de esto, atinó a comentar. La separación fue inmediata.
Y Stella volvió a su soledad. El sueño del marido y el hijo aplicado se desvanecía en la e azul del Explorer. Porque todos buscamos distraernos, no pensar en lo que nos hace mal. Y en su caso, el refugio era Internet: las canciones de You Tube, las fotos de los desconocidos de Facebook, las noticias de los diarios online. Hasta el blog del Varón.
Tuvo algunas salidas con otros hombres. Pero la montaña se hace cuesta arriba cuando hay que empezar de cero otra vez. No podría soportar otro “conocer a sus padres”, otro primer aniversario, otro viaje a Mar del Plata como prueba de convivencia. Ni siquiera hacer la fila del cine. O tener que escuchar la chicharra corta turnos en el hotel alojamiento (no llevaría a nadie a su ex nidito de amor).
Típico de comedia romántica, típico de vida real. Stella empieza a extrañar a Walter. Siente que su destino es con él. La existencia no tiene el mismo sentido sin esos platos sucios en el fregadero, sin esas gotitas en el inodoro, sin esa presencia bruta, masculina, sexual, sin dormir en su pecho.
El teléfono de Wally no tardó en sonar. Charla breve para problema grande. Decidieron volver a intentar. Pero ignorar el orgullo tiene su precio.
Es claro, algunas cosas cambiaron. Ahora las reglas las pone Walter.

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