sábado, 6 de junio de 2009

La censura necesaria

No fue un rayo ni una bomba. No nos tragó un agujero negro ni desaparecimos de la Tierra. No estamos en otra dimensión. Sí en otro mundo.

La noticia inunda las pantallas. La gente se altera, se asusta. Ve su propia muerte en nuestras muertes. Y está bien que sea así.

Flashes que aparecen y se entremezclan. Porque los recuerdos no siguen un orden, una lógica. Simplemente aparecen. Te despiertan por la noche. Confunden al lector.

Golpear contra el fondo del mar. Morís en la caída y despertás en el avión. La azafata ofrece bebidas y revistas comerciales. Me abrazo con la de al lado y rezo a Dios. En el aeropuerto, pasaportes y equipaje. En el cielo, temblores y oscuridad.

Escuchás varios idiomas. Programás la música-compañía. Beatles y Black Eyed Peas. Después es todo gritos y desesperación. Mascarillas de oxígeno, rostros del horror, taquicardia generalizada.

Allí la muerte simplemente llega. No podés luchar, nadar, medicarte. No podés elegir.

Primero hay esperanza. Luego resignación. Siempre hay miedo.

Y si uno tuviera tiempo –como tengo ahora–, me cuestionaría un par de cosas. ¿Por qué dejé en un cajón los ahorros de una vida? ¿Por qué me preocupé tanto por asuntos insignificantes? ¿Por qué me peleé para siempre con mi vieja? ¿Por qué no le expresé mi amor a la única persona que lo merecía? ¿Por qué no te dije cuánto me importás? ¿Por qué?

Y ahora que mi cuerpo es agua y mi alma es sabia. El dolor pasó y llegó la compresión. Sólo ahora entiendo. Encuentro respuestas –las verdaderas–.

Pero estos dedos que escriben son hábiles censores. No me pertenecen, hago lo que puedo. Postergarán el final hasta el día de tu propia muerte. Allí conocerás el secreto de todo esto –mi vuelo, tu vida–. Y entenderás.

1 comentario:

Greta Dalman dijo...

La instalada censura interpone sus recursos para entrometerse en la autonomía de los sujetos que piensan/vacilan.
Es así que surge la auto-censura y el mareo de las olas, que constantemente, nos alientan y desalientan.
Fueron pocos los minutos de la verdad, fueron pocas las palabras que se alcanzaron a vaticinar.
En ese instante, sólo algunos pudieron expresar, mientras que otros tantos optaron por la censura más realista y sensorial.
Ahora es un recuerdo, de los tantos que nos aflora cuando los dedos digitan por sí mismos, como si conocieran el Destino y las palabras que debemos escribir.
Ahora es un recuerdo en el olvido, en la lejanía, en la oscuridad de la razón.
Dicen que no hay que tener pena, ni lástima. Ni compasión. Al diablo con todo.
Siento todo eso y, como persona humana, contemplo a la distancia, el resonar de las almas que nos invaden.

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