viernes, 23 de enero de 2009

Las ideas de Maju

Cuando me decidí a encararla ya eran como las 5 am. Ya todos nos estábamos despidiendo y sinceramente no daba. Se llamaba Maju, ojos grisáceos, piernas al descubierto, pecas por todos lados y piercings discretos. Estaba muy emocionada con su reciente viaje a Cuba. Nos contó de los atardeceres de postal, de los mojitos hidratantes, las playas como Dios manda y la calidez de la gente. Yo escuchaba con atención, me hacía imágenes en la cabeza, pero sobre todo trataba de que no se me escapara la vista hacia el escote en V de la remera.

Se notaba que Maju estaba muy entusiasmada con las ideas socialistas. Aparentemente allá todos comen y tienen buena atención médica. De política sé poco y nada, pero me alcanza para darme cuenta que nunca nadie está contento del todo.

La cosa es que Maju me atrapaba y no sabía qué hacer para apartarla del grupo y besarla (a ella, a La Habana, a la revolución). Pero no hubo caso. Las agujas siguieron su curso, la arena pasó por completo para el otro lado. Esa noche sólo pude soñar con su sonrisa blanca leche.

Mi hermano me cargó toda la semana. ¡Cómo la mirabas a Maju eh! Capaz que jodía porque él también la había mirado. Yo que sé, estas cosas pasan.

Esperé con ansias la llegada del próximo finde. El sábado a la tarde me compré algo de pilcha, corrí un poco en la plaza y me empecé a preparar. Fuimos todos a tomar algo a Palermo.

La terraza del bar era cómoda. Silloncitos en ronda, humo de cigarros, calor de enero y estrellas en cantidad. Esta vez Maju estaba callada. Toto se la pasaba hablando de las ventajas de los lubricantes íntimos y ella sólo escuchaba curiosa y sonreía de cuando en cuando. Que los lubricantes son para los putos, decía mi hermano. ¿Entonces por qué vos tenés uno en el cajón?, pregunté fanfarrón. La miré y se estaba riendo con ganas. Aproveché que estaba cerca y le dije que me había interesado mucho lo de Cuba, si quería contarme más. Creo que mi pedido le gustó. Habló, habló y habló. Lo único que esta vez yo era el receptor. Hablaba para mí. Y sus palabras se confundían con la música de fondo. Algo de rock nacional, mezclado con la salsa de su charla. O quizás sólo era Vasos Vacíos.

Le pregunté si quería salir un rato al otro día. Viste que los domingos a la tarde son medio depres. Podemos ponerle un poco de onda. Mi pedido la tomó un poco por sorpresa, como que no la vio venir. Pero no se asustó. Dijo que podía ser, que la llamara y veíamos. Para mí era un 10, me sentía Gabriel Corrado en las novelas de Andrea del Boca.

Cuando me quise acordar, ya era domingo y estábamos los dos solos caminando por Parque Las Heras. Posta que me sentía en una película, todo tan rápido, tan ideal.

Llegué a mi casa tipo 10 y mi hermano me entró a bombardear a preguntas. Que si ya éramos novios, que si la besé, que si me tocó el amigo. Callate boludo, dije fastidioso. Me encerré en mi cuarto y me puse a pensar.

Entre nosotros, confieso que intenté besarla. Sentaditos en el pasto, hablando de las proezas del Che, de lo mal que le pagaban en su laburo, de lo hecho bolsa que estaba la UBA. Como que quise cortar el clima y le tiré la boca. Fue más un pico que otra cosa, se abatató. El segundo después fue lo más incómodo pero la zafé con un chiste.

Al tiempo empezamos a salir y la pasamos muy bien. La verdad es que la flaca era muy linda y me encantaba que el mundo supiera que estaba conmigo.

Todo marchaba sobre ruedas hasta que mi hermano me cuenta que vio a Maju con Toto, Seee, son amigos. Nooo, se estaban besando. ¿Qué?

Cuando se lo planteé a Maju me dijo que sí. Y que no me tenía que molestar, que nunca dijimos que no podíamos salir con otra gente.

La verdad es que soy un pibe moderno, pero en estas cuestiones del corazón soy chapado a la antigua. No me va eso de andar compartiendo una mina. Mi viejo, un tipo de pocas palabras, me dijo alguna vez que la chica y el auto no se prestan. Y tenía razón. Así que la corté, me agarré una bronca de aquellas y terminé ese verano con cara de culo. Pero aprendí un par de cosas para el futuro.

Mis amigos se me cagaron de risa. Dicen que para el amor soy un capitalista a ultranza, en contra de compartir con la sociedad y fiel defensor de la propiedad privada. Yo me hago el fanfa, les digo que invito un sundae para todos y me entro a reír. Pero entre nos, le tengo toda la fe a Obama…

3 comentarios:

Loco Dupaunt dijo...

Diego: lo nuevo de este cuento (completamente nuevo en función de los otros) es el registro del narrador.
Posea una voz, un tono muy, muy particulares. Sensible a ciertos matices del habla, a una sensibilidad coloquial. Eso me gustó mucho. Denota un oído especial para el lenguaje más material de todos: el habla.
Y la metáfora del socialismo y el capitalismo en el amor es un logro. ¿Podremos superar la propiedad privada del amor por un comunismo erótico?
Yo te diría de organizar una orgía y llevar una postal de Marx.
O leer El Capital después del coito. O dejar que el amor vuele sin control estatal...

Jazmín dijo...

Diego: cada uno de tus cuentos me encantan, y resultan maravillosos... siempre me dejan pensando y muchas veces me gana la impaciencia y entro al blog muchas veces hasta que llega uno nuevo...
Gracias por ellos!

El Varón de Bairesburgh dijo...

Muchas gracias Jazmín!

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