viernes, 10 de julio de 2009

Él o yo

Cuando Daniel salió estaba oscuro. Hacía un frío de esos que acuchillan la piel. A paso rápido, cruzó la avenida y agarró por Matheu, camino a Rivadavia. Enseguida se dio cuenta que fue una mala decisión.
El alumbrado público y sus foquitos quemados. Si no ves en dónde pisás, si no hay nadie caminando por la calle, si hace entre 4 y 5 grados, es obvio que algo va a pasar. El terreno propicio para el crimen. Pasa en las películas, pasa en la vida real.
A una cuadra, a la altura de Alsina, observa su destino. Individuo de gorra, flaco, morocho, ropa desalineada. Sin duda alguna, busca problemas, pensó.
Tenía unos metros para decidir la maniobra. Podía doblar en la menos segura Moreno. Podía cruzar y esperar mejor suerte. O sólo continuar su camino. Aunque algo le decía que la noche deparaba algo diferente. Alguien querría matarlo.
El pedido de una moneda sería la excusa. Luego un golpe certero en el rostro. Y el bum del revólver. Y revisar el cadáver. Y sacarle los billetes y las tarjetas. Y chau familia. Chau novia. Chau vida.
Más viento, más frío. Sólo ellos, calle Matheu. El de gorra se acerca cada vez más. Daniel observa los detalles. Campera de poliéster marca deportiva, pantalones anchos desajustados, gorro con logo hip hop cubriendo las orejas. Más morocho que antes. Camina despacio. Ya muy cerca de él.
Y llega el momento de la verdad. El segundo en el que uno pasa al lado del otro. Fue todo demasiado rápido. Cruce de miradas. Daniel se detiene. Hip hop se sorprende y amaga a frenar. Está por decir algo. Ahora viene lo de la moneda, piensa Daniel. Pero no lo va a permitir. Él o yo. Y Daniel saca Vitorinox suiza. Dos puntazos y a correr.
Hip hop en el piso, cubre las heridas y grita por qué, por qué. Se funde en un sollozo invernal. Pide ayuda, le llora al frío, al desconcierto.
Alguien llamará al 911. La ambulancia vendrá y se irá con el herido. El miedo, protagonista invisible, maquilla su rostro. Mañana sale en TV.

domingo, 5 de julio de 2009

La cura de la gripe, made in Argentina

Buenos Aires, julio de 2009. Se agotan los barbijos y los geles de alcohol. Cierran las escuelas y abren los boliches. Versiones apocalípticas presagian lo peor.

Prendés la tele y ves médicos. Infectólogos y epidemiólogos insisten en que el miedo paraliza. Pero la gente cada vez se desespera más.

Entre la psicosis y el fin, entre lo oscuro y la luz, aparece Michael Jackson. En aquellos días en que la enfermedad no era un problema para nosotros (hará cosa de una semana), recuerdo cuán fuerte fue el impacto de la noticia. Había muerto parte de nuestra música. Ese fue el día en que descubrí la cura contra la gripe A. Permítanme aclarar. No soy científico ni especialista. Sólo un tipo que estudió Comunicación.

Y llegué a la conclusión de que lo único que podía salvarnos era conseguir el número celular de Diego Armando Maradona.

Llamé a Iván, viejo amigo y productor de radio. Le sorprendió mi pedido pero no hizo muchas preguntas. A los 10 minutos me mandó un texto con el dato.

Confieso que me puse bastante nervioso al momento de discar. No era para menos. Estaba marcando el número de Dios.

La voz del contestador pidió mi nombre. Es lógico, no va a atender si es Juan Pérez. Con mi tono más grave y mis aspiraciones de locutor dije “Mario Pergolini, estoy en el aire”. Al rato tenía a Diego del otro lado.


- Mario, qué sopresa- encaró el 10.

- Diego, no soy Mario. Pero eso no importa ahora. Tengo algo muy importante que decirte.

- Disculpá flaco, no tengo tiempo ahora.

- Por favor Diego, es sólo un minuto.

- Te tengo que dejar.


Y antes de que me cuelgue escupí de una mi frase salvadora:


- Tengo la cura de la gripe porcina y sólo vos me podés ayudar.


Hubo una pausa. O colgaba o preguntaba detalles. Y el Diego no falló:


- ¿Cómo, cómo?


Insistí en que tenía que verlo personalmente, que confiara en mí. Para dejarlo tranquilo le di mi nombre y apellido completo y hasta le ofrecí el número de DNI.


- Investigame todo lo que necesites, pero debo verte.


Antes de las 2 horas estaba en la puerta de su casa, en Devoto. Un par de patovicas me palparon de armas y luego entré.

Ahí estaba. Diego Armando Maradona, quizás el símbolo más importante de la historia viva nacional, en bata y chinelas. No había tiempo para emociones u homenajes.

Nos sentamos en la mesa del living y rompió el hielo con un “vos dirás”. Le expliqué mi plan a riesgo de que me acusara de loco y me echaran a patadas. Pero nada de eso ocurrió. Apelé a su patriotismo y generosidad. El plan le pareció excelente. “Una verdadera lección para todos. Hace rato que se nos escapó la tortuga con este tema”.

Minutos después, desde un ciber cercano, envié el e-mail que paralizaría al mundo: “Diego Maradona ha muerto. Aún se desconocen las causas”.

¿Los destinatarios? Los principales medios de comunicación del país.

Les tomó unos minutos chequear la noticia. El Doctor Cahe convocó una conferencia de prensa y confirmó la fatalidad. “Diego ha fallecido el día de hoy, víctima de un infarto de miocardio”.

Las primeras planas de los diarios sólo escribían sobre el Diez: “Dios ha muerto”. Los canales de televisión mostraban un Obelisco lleno de gente autoconvocada, llorando. Se repetía una y otra vez el gol del ’86. Y la entrevista al pibe de Fiorito que quería jugar en Boca y ser campeón del mundo.

El Gobierno decretó duelo nacional. Millones de amigos y conocidos declararon ante las cámaras. Pelé habló y dijo que Maradona fue el mejor. Grondona propuso velarlo en la Bombonera. Y ya sonaba Sean Penn para la película. ¿Cómo imaginar un mundo sin Diego?

Pasaron 3 días y 3 noches. Y la noticia sigue golpeando el corazón de los argentinos. La gripe A pierde terreno en la agenda del día. La gente continúa higienizándose, sí. Pero ya no aparecen a diario los números de infectados o la cantidad de muertes. A fuerza de llanto perdimos el miedo. El plan había resultado.

Convocamos conferencia de prensa en hotel de lujo. Prometimos la presencia de Claudia, Dalma, Giannina y el Kun. La sala desborda y salgo a enfrentarlos.

Nadie me conoce. Los periodistas me miran absortos. Nervioso pero seguro, enfrento el micrófono:


- Todo lo que vean y escuchen a partir de ahora tiene una explicación lógica y persigue un bien mayor. Adelante Diego.


Maradona y el Dr. Cahe salen a escena y el ambiente se consterna. Se escuchan gritos y hasta se desmaya una señora en el fondo. Los camarógrafos apenas pueden sostener las cámaras. Es el caos, pero quieren escuchar.

Diego, rozagante, afirma que está en perfectas condiciones. Y que prestó su nombre para demostrar que podemos cuidarnos sin miedo. Y que debemos aprender a tranquilizarnos, a pesar de lo que salga en los medios. Como podrán comprobar, no todo es verdad. Y citó el ejemplo de Orson Wells y la noticia de la invasión de los extraterrestres. Aquella vez hubo un suicidio en masa. No estábamos tan lejos de esa realidad.

Me señaló como el autor intelectual de la idea y me felicitó. El pueblo no reaccionó del todo bien en un principio. Pero con los días se entendió el mensaje: desviamos la atención y perdimos la psicosis.


Ahora vivimos un poco más tranquilos. Nadie recuerda mi nombre y está bien que así sea. Salimos a trabajar, volvimos a las escuelas, a los cines y al gimnasio. Nos lavamos las manos 10 veces al día, es verdad. Pero ya no acusamos de asesino serial al pobre alérgico que estornuda en el ángulo interior de su codo derecho.

Hace poco me llamaron de un medio de Londres para que cuente cómo surgió la idea y qué sugería para aplacar a las masas europeas.

Les agradecí, pero indiqué que no podía participar. Ellos cuentan con personas muy preparadas y se les ocurrirá algo mejor.

Lo que sí, les va a faltar la viveza criolla. Al final de cuentas, Dios es argentino.

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