Alguien dijo que no podemos concebir otra manera de pensar y ver el mundo porque nos implantaron el capitalismo desde la cuna. Y ahí nomás brotaron los primeros recuerdos de mi niñez. Un helado de Frigor. Los bizcochos Canale. El Terrabusi glaceado. Mi Mc Tostado. El Merthiolate de los primeros golpes.
Crecés un poco, besás a la chica de tus sueños en 5° grado y sentís el gustito Beldent extra menta de la victoria. Comprás tu pelota Penalty para jugar con tus amigos y ahorrás para tu primer Polo Ralph Lauren.
Marcas everywhere. Y así como sin tetas no hay paraíso, sin plata no hay productos para comprar. Pero somos rebeldes y nos gusta lo gratis. Entonces aparecen otras marcas: las del alma, las del cuello, las del corazón. Porque una persona te marca, ciertos momentos te marcan, un jugador contrario te marca. Te ponés nervioso cuando marcás su número. Y hay determinados hechos en tu vida muy puntuales, muy locos. Y adivina qué. Sí, marcan un antes y un después.
Y acá es donde voy a profundizar. Llegué a casa y vi los sobres tirados por debajo de la puerta. Entre impuestos y promociones, una carta de verdad. De las que sobreviven al e-mail. La copio textual:
Querido Richard,
Los años pasaron, nuestras vidas también. Y por más que no estemos en contacto, la amistad que nos unió ha dejado huellas imborrables en mí. Y supongo que te debe pasar a vos también. Con sólo decir Mar del Plata, rubia y morocha, negro el 11 y partidito en lo de Omar, se te deben venir a la mente sólo algunas de las historias que supimos compartir.
Distraigo esa segura mueca de nostalgia en tu rostro por un instante y te pregunto ¿cuánto nos quedará? ¿10, 15 abriles? Entonces por qué no decirte lo que tengo atragantado hace tiempo. Lo que vos sabés a la perfección y decidís olvidar cada mañana para vivir libre de culpa.
Cuando vimos a Adriana por primera vez nos quedamos pasmados. Los dos con nuestros mejores trapos en el boliche de siempre. Recién salíamos de la dictadura y no podíamos entender que aún quedaran ángeles en este país. Y aparece esta chica, nos dice algo y sigue caminando con su amiga.
Me acuerdo como si fuera ayer. Te pedí que me tuvieras la birra y te grité al oído que hay bellezas que atraen y bellezas que enamoran. Y esta mujer tenía una mezcla de las dos. Y la fui a buscar. Pero para qué te explico, si vos estabas ahí.
Sabías como era yo. Me había enamorado. Como siempre. Como nunca. Porque realmente sentí que Adriana era la persona con la cual quería formar una familia. No sé cómo saltamos a la parte en que me decís, un par de meses después, que estás saliendo con ella. Pero te juro que te quise matar. Me clavaste un puñal y lo retorciste bien adentro. Rompiste mi vida en dos, me marcaste para siempre (subrayo, tal como aparece en la carta). Fue el principio del fin de nuestra relación.
Pero no quiero dejar este mundo sin contarte una verdad. Porque te merecés saber y sufrir. Mi primera vez no fue a los 17 en aquel cabaret de Juan B. Justo al que fuimos con el Facha y el Cordobés. Fue a los 16 y en tu casa.
Llegué y no estabas. Tu vieja me dijo que volvías en una hora y que podía esperarte ahí. Me sirvió algo de tomar en la cocina. Tenía una bata azul. Y ropa interior de encaje. Tomó mi mano y la ubicó en su entrepierna. Entre gemidos, desnudó sus pechos y me amó con maestría. Te ahorro los detalles. Juré mantener el secreto y así lo hice. Ahora que ella no está entre nosotros puedo hablar con libertad.
No tenés forma de corroborarlo, pensarás. Pero es la pura verdad. Y en el mejor de los casos, te vas a llevar la duda a la tumba.
La vida es un bumeran. Me jodiste, me arruinaste. Pero la venganza es un plato que se come frío. Y esperé una vida para este manjar.
Saludos a Adriana y a los chicos.
El Bocha
Cuando terminé de leer sentí un yunque en la cabeza. Hace años que papá no vive en este departamento, pero se ve que Bocha no tiene actualizada su dirección. De un momento para otro me entero que mis viejos formaron parte de un triángulo amoroso y que mi abuela fue la reencarnación de Mrs. Robinson de El Graduado.
Agarré la cajita de Fragata y prendí el mejor fósforo. Me aseguré de quemar hasta la última palabra. Porque el bypass de mi viejo no resistiría semejante primicia. Una cosa son las marcas y otra las cicatrices que no cierran. Prefiero bancarme esta supuesta realidad por las mías. No es mi rollo, puedo con él.
Trato de aprender a cada paso. Y esto me enseña que todo hombre quiere marcar territorio, prolongar su existencia más allá de los días. Pero mejor dejar la inmortalidad a los próceres del Bicentenario. Voy por un frapuccino en Starbucks. Me encuentran en el Black (berry).
(Imagen extraída de aquí)