sábado, 18 de agosto de 2007

El astronauta de Charcas

Roberto tiene nombre de viejo, voz de nene y adolescencia conflictiva. Le gustan las minas con onda, nada de tontitas. El secundario es punto de encuentro, suerte de bar posmoderno y fitness matinal. La noche es parte del rito; la cerveza con amigos, más dulce que la vida.
Cuatro en todas las materias, rostros paternales preocupados y búsqueda de debut sexual. Entre temas de este calibre gira la vida del joven promedio. Herramienta compleja la del Internet chatero, chamullo cibernético que propone encuentro a ciegas. Yanina, desde el otro lado de Palermo, acepta gustosa su cita con la verdad.
Lugar público, flor en mano y peinado a la antigua. Esa camisa escocesa tiene poco de Roberto y mucha tintorería. Nervios inexpertos que incitan a la acción. Dinero suficiente para albergue transitorio. Casi no hay sobrante para película hollywoodense.
Yanina tiene lo suyo. Castaña, carilinda, rellenita de buenas formas. Inocente o no, sabe provocar sensaciones diversas. Hablan una hora; familia, hermanos, rock, proyectos y Bariloche. Está oscureciendo y hay que partir. Sino el celu sonará sin cesar, transformándose en calabaza a la media noche; hay que dejar tranquila a mamá Alicia, piensa Yanina.
El saldo es positivo: besito de telenovela, promesa de llamadas y ojitos cristalinos. Roberto está satisfecho. Faltó acción pero sobraron motivos. Vale la pena esperar por el ansiado objetivo. Regreso con gloria, zapatillas Topper y perfume en el cuello. Flotar por Charcas es el hobbie del día. Tu cuerpo no pesa en el limbo como tampoco pesa tu alma.
Patota de barrio y vino de caja advierte la desatención y rodea al muchacho astronauta. El reclamo de veinte centavos queda en el olvido cuando le muestran la navaja. Fue todo muy rápido. Miedo, policía de civil, disparo certero. Bum. Asaltante yace muerto en vereda comercial.
Los medios son más rápidos que las ambulancias, pero Roberto no escucha sirenas ni movileros preguntontos. Sólo atina a sentarse mientras mira el cadáver. El de los veinte centavos. El de la navaja filosa que divide la tarde en dos. La dulzura de la conquista, el silencio que no es.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails