El Johnnie Walter nos espera en el bulín. Empieza la previa y ya podemos palpitar la noche que se viene. Luis Miguel grita que nos podemos marchar, pero el gustito a whisky con Coca demora la partida.
David me dice que estamos invitados a una Bizarren Miusik Parti, esas fiestas-túnel del tiempo que te llevan a finales de los ’80. Es en Ramos, conduce Carlitos Balá. Y el de Vilma Palma hace subir algún pelado al escenario al ritmo de la pachanga.
Ni loco vamos, activá el plan B, digo firme, como si fuera una sentencia de la Corte. David agarra el celular y arranca con un “voçe vai dançar hoje?”. Había conocido una brasilera la semana anterior y era la oportunidad ideal para el reencuentro.
Digamos que le va bien con las chicas. Morocho, con carácter, mirada de actor de Friends y actitud a la hora del baile latino.
Partimos hacia boliche palermitano. Pronuncio la contraseña en la entrada y pasamos sin problemas. La música suena a todo lo que da. David me grita al oído para decirme que no se acuerda de la cara de la brasilera. Tras intentar en vano escuchar portugués entre las chicas de la entrada, las encontramos cerca de la barra, caipirinhas en mano.
Morocha interesante la de David. Dos amigas a su lado: petisita pulposa de musculosa blanca y rellenita carilinda de remera escotada. Con una sonrisa me dice que se llama Xuxa. Si, como la cantanchi, responde antes de que llegue a preguntar.
Dejo a mi amigo con la garota y quedo solo en el medio de la pista. Me muevo como pez en el agua. Analizo las conductas adolescentes y no tanto, los histeriqueos, los juegos de amor, bailes de moda y nuevos modelos de celular. Porque es mejor mandarle sms al que no está que conocer al que tenés al lado.
En el mundo del “todo ahora” se habla de sentimientos antes del diálogo. Defiende la bandera del no compromiso y el sexo de una noche, pero la realidad es que la juventud quiere enamorarse ya. Ellas ven al que les dio fuego como el posible padre de sus hijos. Y nosotros buscamos consuelo, compañía, película con pochoclos el domingo a la noche.
Xuxa aparece de la nada y se me pone a bailar. No tengo mejores planes, me suelto y tiro pasos modernosos. En mi imaginación, vengo a ser algo así como Michael Jackson en Thriller. Aunque la realidad indique que estoy más cerca del magiquee de José María Listorti.
DJ Juanchi insiste en su política de reggaeton cero y me obliga a marchar contra la marcha por el resto de la noche. Brasil me va acorralando y resisto como puedo, hasta que no resisto más. Tal vez una metáfora del Mercosur. O simplemente unos besos de boliche.
Y ahí es cuando me pego el susto de mi vida. Suenan los primeros acordes de I’ve got a feeling. De repente, luces blancas rompen la oscuridad e iluminan un sector cercano. Se apaga la música, dos patovas acorralan a un flaco de remera Armani Exhange. El pibe saca algo del bolsillo y apunta su mano hacia el cielo. Escucho dos estallidos. No hay tiempo para más, lo agarran del cuello y lo sacan.
Mi conciencia me dicta la oración: dispararon en el boliche. Veo gente correr. Casi enseguida, la música vuelve a sonar. Muchos se menean como si nada hubiera pasado. Algunos no se dieron cuenta de nada. La calma, si es que alguna vez la hubo, retorna. No tengo reacción. Vuelvo a mí y me encuentro en el sillón de los reservados. Xuxa consuela mi pánico. Y todo el mundo pide bis.
Ya son casi las 6 y recuerdo que no sé nada de David. Su mensaje de texto dice “en los sillones”. Me doy vuelta y lo veo a 5 metros , en una guerra sin tiempo por perder una mano en el jean de su presa. Nos miramos y nos reímos. Show must go on.
Salimos y es casi de día. Pregunto por la tercera menina. Aparece de la nada. De los matorrales. A lo Señor Burns en el capítulo del extraterrestre. Logramos entender que el asiento trasero de un auto fue escenario de un nuevo episodio de sexo oral.
David me mira, preguntándome con los ojos por qué no nos habrá tocado en suerte esa señorita. Paramos un taxi, pero las chicas viven cerca de la zona y los choferes no quieren tomar un viaje barato cuando todo el mundo los necesita. No nos queda otra que caminar.
Vamos los 5 bordeando la cancha de polo. La especie joven se reconoce en la calle. Mucho borrachín dando vuelta. Y grupos de amigos esperando el bondi salvador.
Del polo sale un perro y la del pete lo acaricia. Pienso que esa chica tiene demasiado amor para dar. Y Bobby concuerda, nos empieza a seguir. De las rejas salen 6 caninos más. Todos nos acompañan.
Bobby, el primero, el original, se monta al de pelaje negro en un cachondeo a la velocidad de la luz. David y yo no podemos evitar la risa. Es el colmo de los colmos. Pero ahora la perra de negro, que al parecer era perro, se enoja y se empiezan a morder. Los otros ladran sin parar.
Sentimos que podemos ser las próximas víctimas y doblamos a la derecha. Vemos venir una suerte de patota de Chacarita Juniors insultando a un tipo. Doy la orden y todos me siguen: “sigamos con Bobby por donde veníamos”. Apuramos el paso.
A las 3 cuadras, ya dogs free, caminamos tranquilos. Las garotas, con los pies destrozados por los tacos, respiran aliviadas. Con un pico nos despedimos hasta siempre.
Ya en el taxi, repasamos los acontecimientos con David. Desde el buscar a unas chicas sin rostro hasta mi romance con la reina de los bajitos, pasando por la vida y la muerte bailando a nuestro alrededor, “boca rápida Burns”, Bobby ascenso y caída, barrabravas en Las Cañitas y beso final en Luis María Campos.
El destino suele hacer estas bromas. Quisimos evitarla, pero tuvimos nuestra propia Bizarren Parti sin haber pisado Ramos Mejía. Una noche difícil de olvidar. Como el chupetómetro. Ea-ea-ea pe-pé.